por Oscar Plazola
Durante tres semanas no paró de llover, el deseo de hacer su sueño realidad y los constantes truenos no lo dejaban dormir bien. Sin embargo, la noche del miércoles de la última semana de lluvias todo cambió.
Margarito vivía en el barrio de La Palmita y trabajaba como peón. Un día su compadre Indalecio le comentó que pronto iban a empezar a construir en la cañada del Atascadero y que necesitarían muchos trabajadores. Margarito le dijo que lo pensaría porque en ese momento tenía un trabajo estable. La construcción en la cañada del Atascadero empezó y lo que en principio parecían un par de casas, se convirtió en un conglomerado de edificios de lujo.
Un día Margarito no pudo cruzar por el lugar de la cañada que lo llevaba a la cuesta de Santo Domingo, cerca del arco del Atascadero, por donde le gustaba de vez en cuando bajar al centro, además de pasar horas contemplando los árboles que había en la parte baja de la cañada. El argumento para no dejarlo pasar, fue que la zona era propiedad privada. Él preguntó: ¿Desde cuándo? La respuesta fue: Desde que empezó la construcción. A partir de aquel día las molestias fueron a más, su casa vibraba cada vez que los camiones materialista llegaban a cargar o descargar, el agua escaseaba y algunos días simplemente no llegaba. Cuando alguno de los habitantes inconformes del barrio de la Palmita intentaba poner una queja, el encargado de obras le respondía que le resolverían el problema, lo que nunca le dijeron fue cuándo. El asunto fue a peor cuando los departamentos se empezaron a habitar, el ruido aumentó con todos los coches, los niños dejaron de jugar en la calle por el intenso tráfico, los viejos y las señoras ya no podían caminar a media calle por el riesgo a ser atropellados por algún nuevo habitante con camioneta gigante. El no va más, fue cuando el agua empezó a escasear con mucha más frecuencia. Cuando faltaba el agua, los vecinos inconformes hablaban sobre la forma de resolver la situación. ¡Vamos a derrumbarlos con piedras!, sugirieron a gritos algunos. Vamos a grafitearlos, dijeron otros. Pero nada de eso era posible, todos volvían a sus casas después de las reuniones cabizbajos y sin esperanza.
Después de una semana de lluvia y truenos, la cañada del Atascadero empezó a expulsar toda el agua que la tierra había ido absorbiendo formándose pequeños manantiales que corrían por debajo de los edificios hasta llegar al fondo de la cañada y juntarse con la caída de agua que baja desde la salida a Querétaro. Donde esto siga así, pensó Margarito, la cañada se va a deslavar y todo esto se lo lleva la chingada. Continuó lloviendo una semana y media más hasta la noche que Margarito pudo conciliar el sueño.
Un trueno sonó, más fuerte que los anteriores de aquella noche, seguido por un ruido continuo parecido al que hacen los camiones cuando descargan material, pero amplificado. Casi al mismo tiempo tronaban cristales como si todas las botellas del pueblo hubieran ido a dar al fondo de la cañada. La tierra, que se había estado aflojando por el exceso de agua no aguantó más el peso de los edificios de lujo y las camionetas gigantes y todo se convirtió en un alud. La tierra se encargó de tragarse todo lo que le estorbaba.
El gallo cantó y Margarito despertó sin averiguar cuál fue el final, resignado a no volver a cruzar por la cañada del Atascadero hasta que volviera a llover de la misma forma. Con un poco se suerte y una semana más de lluvia se me hace realidad el sueño, pensó mientras cerraba la puerta para ir al trabajar.
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Oscar Plazola, músico, poeta y escritor echado a perder, el poeta mexicano Benjamín Valdivia lo bautizó como decidor de historias urbanas y a su obra como urbanciones. Es relativamente fácil encontrar en su trabajo la influencia de autores como Chava Flores, Jaime López o Joaquín Sabina, incluso de poetas como Ricardo Castillo, Efraín Huerta o Nicanor Parra. Sin embargo, es un autor con voz propia que no reniega de la tradición de los inconformes y antisolemnes. Somos la noticia, somos estadística, un grano en el culo del gobernador, la mancha en la historia que no se platica, un desposeído que Dios olvidó (Desheredado universal) La ciudad y sus letras van juntas con voz desenfadada y provocativa, basada en la propia experiencia y en la propia percepción de un Mundo parajódico. Nómada entre conglomerados urbanos que ama y detesta al mismo tiempo. La carga crítica de su obra está, sin embargo, aligerada por la acción de los ácidos de la ironía, el humor y la burla que, en ocasiones, ejerce contra sí mismo. Y ya en las puertas del cielo, San Pedro no se portó, aquí no puedes entrar, vete al infierno mamón, aquí no tienes lugar, eres un pinche peatón (El alma de un peatón) En síntesis, autor arriesgado y despreocupado que ha mezclado sus vivencias y su visión del mundo para crear un estilo simplemente diferente.
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