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Golpe de estado en la granja

por Oscar Plazola

Hacía poco más de veinte años que la granja se había fundado gracias a la iniciativa de un grupo de ovejas, borregos y carneros, que estaban hartos de las posibilidades que les ofrecía el pueblo. Ya no querían vivir entre cerdos, perros, gallinas, vacas, burros y bueyes. Se dieron cuenta de que sería una ardua labor intentar educar a tantos especímenes con intereses tan distintos, sin la seguridad de que eso no fuera una pérdida de tiempo. Lo que nadie esperaba fue lo que sucedería años después, una cálida mañana de agosto, y que pondría a prueba la fuerza de la comunidad de la granja.

Pero empecemos por el comienzo. Este grupo de ovinos se dio a la tarea de buscar un lugar para fundar su propia granja. No tardaron mucho en encontrarlo y, a partir de ese momento, se inició un largo camino. Al principio hubo mucho trabajo que hacer para acondicionar el lugar a las necesidades de la comunidad, pero con el amor y el esfuerzo de todos, en poco tiempo la granja se había convertido en un hermoso espacio. No fue fácil llegar a acuerdos, muchos ovinos venían de lugares lejanos donde hablaban otras lenguas, otros tenían ideas o creencias diferentes, unos comían cosas que otros no podían ni ver, había incluso quienes llegaron de grandes ciudades con otro ritmo, otra forma de vivir el tiempo, pero todos tenían un mismo fin: Vivir en paz y armonía, aprender sobre el proceso de la vida viviendo y, por supuesto, jugar. El amor tiene muchas formas, muchos caminos, pero una misma meta, solía decir un viejo de la comunidad.

Tras ponerse de acuerdo, en poco tiempo la granja empezó a crecer y la comunidad también. A oídos de muchos había llegado la noticia de una granja, en medio del campo, que había encontrado la fórmula mágica. Llegaron nuevos sujetos con nuevas ideas que aportaban su granito de arena, y parte de su lana, para sumar al proyecto de la granja. Eso ayudó a que la comunidad no sólo se hiciera más grande, sino además, más sólida y sabia.

Al pueblo de donde había salido el grupo que fundó la granja, empezaron a llegar otros animales que nunca antes se habían visto por esos lares: buitres, hienas, lobos y cabras. Los buitres y las hienas eran bastante transparentes en tanto a lo que venían a hacer: adueñarse de cuanto terreno pudieran para después vendérselo a burros, bueyes y demás. Los lobos eran sólo delincuentes. Saber qué querían las cabras resultaba más difícil, no había algo específico a lo que se dedicaran, además eran tantas que les fue fácil mezclarse con la población existente, aunque nunca perdieron sus costumbres: caminar en montón tapando el paso, parase en cualquier lugar y la peor, cagar en todo el pueblo.

Un día llegó a la granja un grupo de cabras grandes, querían ser parte de la comunidad ovina. En el grupo iban también los cabritos. Todos hacían bee, pero era un bee muy corto, no alargaban la e como hacían todos en la granja: beeee, no bee. No obstante, nadie se percató de ese detalle y les abrieron la puerta de la granja y el corazón de la comunidad. Pasaron algunos años y las cabras se fueron ganando la confianza de todos, pero seguían sin hacer el beeee largo. A pesar de que en la granja se les consideraba parte de todo, ellas continuaban organizando reuniones en pequeños grupos donde hablaban con bees cortos, por lo que era difícil para los demás entender. Sin embargo, pensaban que el problema era que no podían vocalizar. Nada más lejos de eso.

Las cabras habían aprendido no sólo el funcionamiento de la granja, sino la forma de pensar y sentir de la comunidad. ¡Qué listas!, pensará el lector, pero le sugiero continuar leyendo.

Después de la época del Festival de las Flores Moradas, era una tradición en la comunidad que todos dejaran la granja por un par de meses para visitar a la familia de Nueva Zelanda o viajar a otros sitios. Así que las cabras sabían que tendrían mucho tiempo para llevar a cabo el plan que habían urdido semanas atrás, y que tenía como fin último apoderarse de la granja y destruir a la comunidad. ¿Por qué?, se preguntará el lector. ¡Ah!, porque estaban ávidas de poder, querían: quedarse con la granja, crear una nueva sociedad donde fueran ellas, las cabras grandes, las que dictaran las leyes y aplicaran el reglamento y, de paso, quedarse con una lana extra convenciendo a los recién llegados de lo malos, ruines, patanes y feos que eran los viejos integrantes. Hablaron con algunos de los nuevos miembros y se reunieron con el Gran Buey, que era el gobernador en turno del pueblo, título que la familia de ese buey ostentaba desde hacía tres generaciones. Al gobernador, la comunidad jamás le había supuesto un problema: eran sujetos pacíficos y él estaba relativamente lejos del pueblo. Tal vez lo que lo mantenía más alejado es que no entendía cómo pensaban, ni por qué vivían así. Las cabras conocían las actividades de los buitres, así que le hablaron al Gran Buey sobre las bondades del terreno y los beneficios que él podría obtener. ¡Qué astutas!, exclamará el lector tal vez en voz alta. Sí, astutas sí que eran. A los buitres no tuvieron que explicarles mucho.

Así, una calurosa mañana de agosto, con el apoyo de algunos de los nuevos miembros, el gobernador y los buitres, las cabras grandes entraron al lugar y, mientras la comunidad vacacionaba, se apoderaron de todo. Bueno, no de todo, sólo de los muebles y el terreno. ¡Ah!, el material y las herramientas. ¡Oh!, también algunas cosas de cocina, vale, ¡de todo! Donde no había puertas pusieron cadenas, donde había ventanas pusieron candados y contrataron a algunos lobos para que vigilaran el perímetro por si a alguien se le ocurría entrar por otro lado.

Cuando la comunidad volvió, la sorpresa fue mayúscula, las cabras a las que pocos años antes les habían abierto la puerta de la granja y el corazón, no sólo se habían adueñado del espacio sino que, además, habían detallado una serie de condiciones para los sujetos que quisieran pertenecer a lo que ellas llamaban: un nuevo colectivo. Lo que las cabras no sabían, porque nunca lo entendieron, por eso no podían hacer bees largos, es que en todo el tiempo desde que la granja se había fundado, no sólo había crecido en espacio y en número de miembros, también había crecido el espíritu de la comunidad y, a pesar de las diferencias ideológicas, habían creado una filosofía porque tenían un mismo fin. Lo que ellas no sabían es que la libertad se lleva en el espíritu y en el pensamiento, y ahí no es posible poner cadenas ni candados. Lo que las cabras grandes no sabían, es que la granja no es un lugar, es su rebaño.

Ya antes la comunidad había tenido que pasar por momentos muy difíciles donde se había puesto a prueba su solidez y la solidaridad de sus miembros, por lo que sabían que no era necesario un enfrenamiento, sino unir esfuerzos para encontrar una solución. En tres semanas ya habían encontrado un hermoso lugar donde continuar la búsqueda de una sociedad en la que primaran los valores que generan amor y paz, donde aprender de la vida viviendo y donde enseñar a sus corderos que un mundo mejor es posible.

Fin

Moraleja: No por mucho madrugar, amanece más temprano.

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