por Alejandro Anaya, texto y fotos
Después de cuatro años de vivir en San Miguel de Allende, me sigo sorprendiendo de lo hermosa que puede ser la ciudad, especialmente en Navidad, cuando decoran las calles y las luces iluminan el centro. Caminando por la noche, escuchando a la rondalla cantar villancicos frente al pino navideño me tomo un momento para recordar lo mucho que tenemos que agradecer a esta comunidad. Dos años después del inicio de la pandemia, aquí estamos, celebrando, cantando y viviendo el espíritu de ayudar y compartir.
La navidad nos recuerda (ya sea por la nostalgia que nos provoca esta época del año, las decoraciones o el ambiente festivo) que es importante que pensemos en los demás, y, sobre todo, que recordemos que el gran secreto de esta comunidad ha sido la solidaridad y la empatía.
Yo en especial estoy muy agradecido con San Miguel, porque desde que llegue, me ha recibido con los brazos abiertos. Uno se acostumbra tanto a la amabilidad de las personas aquí, que a veces creo que estamos demás de apapachados, pero por otro lado creo que es un buen modelo para replicar en otras partes de México y del mundo. Extranjeros y mexicanos conviviendo en armonía, con gran respeto por la cultura de cada uno y con genuina preocupación por el bienestar de la ciudad.
Jamás he visto tanta dedicación de una comunidad por los más necesitados, como los voluntarios de “Feed the hungry”, las colaboraciones con las comunidades locales para promover su arte y cultura, apoyo a las mujeres, espacios y eventos para el arte, el crecimiento personal, y, sobre todo, para nutrir el espíritu.
Con cada año que pasa, entiendo de manera más profunda porque tanta gente quiere venir a alimentar su corazón a San Miguel. La vibra de aquí es como ningún otra. El ambiente aquí es multicultural de una ciudad cosmopolita, con alma de pueblo lleno de tradiciones y alegría. Esta poderosa mezcla sin duda puede ser adictivo y revelador para aquellos, como yo, que venimos del trote ajetreado de las urbes en las que fácilmente se nos puede olvidar hacer una pausa para oler las flores, y admirar la arquitectura. Cualquier caminata por esta ciudad nos muestra lo buena que puede ser la vida.
Recordemos, mientras admiramos las decoraciones de la temporada, que nuestras estrellas más brillantes no son las metálicas que están suspendidas sobre las calles. Los milagros que brillan mucho más para nosotros, hoy y durante el año, son aquellos individuos que, en San Miguel, no son tan raros. Estas almas generosas iluminan a nuestra ciudad, cada uno con su brillo especial. Tan resplandecientes son estos personajes, que, como una constelación en el cielo, permiten que San Miguel sea admirado a miles de kilómetros y por millones de personas.
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Alejandro Anaya es artista visual y escritor, originario de Torreón que, desde hace casi 4 años convive y participa activamente en la comunidad Sanmiguelense. Su colaboración en Lokkal es parte de su filosofía como contador de historias, y su compromiso de compartir sus descubrimientos y reflexiones sobre esta hermosa parte de México, con todos los que busquen vivir una experiencia única en San Miguel de Allende.
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