por José Luis Mendoza
Primera parte
Tenía yo 14 años, un amigo de la escuela, Pancho, y yo encontramos en un mercado de pulgas una cámara Kodak, nos entusiasmamos y la compramos. Fuimos de inmediato a buscar donde comprar un rollo para tomarnos unas fotos, estábamos muy emocionados. Compramos un rollo de película de 12 fotografías, el dependiente nos lo instaló en la recién comprada cámara y nos explicó cómo usarla. Salimos volados a buscar a nuestros amigos para tomarnos unas fotos. Había una arboleda cerca de nuestras casas, ahí nos juntábamos todas las tardes, cuando llegamos solo había como dos o tres compañeros de nuestra edad. Les mostramos nuestros tesoros y empezamos a planear una fotografía del grupo, decidimos quién la tomaría y el resto empezamos a buscar las mejores poses, las que nos definieran quienes éramos y que pensábamos en este importante y valioso documento que desafiaría el tiempo y permanecería por siempre desafiando la eternidad.
Nos tomo toda la tarde realizar dos fotografías del grupo, todos emocionados nos fuimos a dormir, al día siguiente Pancho y yo fuimos a la escuela en la mañana, en la tarde tomamos nuestra cámara y emprendimos una cacería de imágenes, nos sentíamos reporteros de una gran revista. Nos tomó tres días terminar de tomar las 10 fotografías que nos faltaban, fuimos corriendo a llevar el rollo a revelar, el dependiente nos dijo que tomaría de 10 a 15 días revelarlo ya que tendrían que mandarlo al laboratorio especializado… Pasaron dos semanas antes de que tuviéramos en nuestras manos el preciado sobre con los negativos y las fotografías impresas en blanco y negro, no cabíamos de emoción, queríamos ver el resultado de nuestra incursión en el mundo de las imágenes, pero decidimos aplazar ese momento hasta que nos encontráramos con el resto de la banda en la arboleda.
Llegamos y ya había como 8 muchachos reunidos, les comentamos que ya teníamos, por fin, las fotos. Emocionados se reunieron a mi alrededor y por fin… Abrí en sobre… Todos nos conmovimos mucho, ¡Que excelentes fotos!, nos sentíamos muy importantes… En realidad, varias salieron borrosas pues se había movido el fotógrafo, dos completamente negras (Veladas) y unas 6 buenas, todos las admirábamos en silencio, después nos empezamos a reír de gozo, mira a Javis que chistoso salió, Toño en su pequeña moto hecha de una podadora, el Mono y su greña, que maravillosos momentos pasamos y todo había transcurrido en menos de un mes…. Y ahí estaban 6 maravillosas fotografías para la posteridad…
En estos tiempos, la humanidad se enfrenta a un fenómeno sin precedentes: la sobreabundancia. En un mundo caracterizado por la rápida evolución tecnológica, la globalización y la interconexión constante, nos encontramos inmersos en un torrente incesante de información, opciones y posibilidades. Este exceso, más allá de enriquecernos, puede generar un vértigo que impacta nuestra salud mental, nuestra capacidad de toma de decisiones y nuestra percepción de la realidad.
La sobreabundancia la percibimos en múltiples aspectos de nuestras vidas. Desde la infancia, nos vemos inundados con una avalancha de estímulos provenientes de dispositivos electrónicos, redes sociales y plataformas de entretenimiento. Esta constante exposición no solo afecta la concentración y la creatividad, sino que también puede llevar a la adicción y al aislamiento social. La necesidad de estar siempre conectados nos priva de momentos de reflexión y contemplación, elementos esenciales para el desarrollo personal y la comprensión profunda de nuestro entorno.
En el ámbito de la información, internet nos proporciona acceso instantáneo a vastas cantidades de datos y opiniones. No obstante, este acceso indiscriminado puede dar lugar a la difusión de información falsa o errónea, erosionando la confianza en las fuentes de información fiables. Además, la acumulación desmedida de datos puede dificultar la identificación de lo realmente relevante y valioso. El resultado es una sensación de confusión y desorientación, donde discernir la verdad se convierte en un desafío constante.
El consumo también se ve afectado por la sobreabundancia. La proliferación de opciones en todos los aspectos de la vida, desde alimentos hasta productos electrónicos, puede generar una parálisis de análisis. La búsqueda constante de lo mejor puede llevar a la insatisfacción crónica, ya que la elección de una opción implica renunciar a innumerables alternativas potenciales. La sociedad de consumo se alimenta de esta inquietud, creando un ciclo interminable de deseos insatisfechos.
La sobreabundancia no solo influye en lo que consumimos, sino también en cómo concebimos nuestro propósito y significado en la vida. En un mundo donde las posibilidades parecen infinitas, la presión por tomar decisiones que definan nuestro camino puede generar ansiedad y temor al arrepentimiento. La comparación constante con los demás, facilitadas por las redes sociales, puede alimentar sentimientos de inferioridad y envidia, socavando la autoestima y la autenticidad.
Para contrarrestar el vértigo de la sobreabundancia, es imperativo cultivar la atención plena y el discernimiento. Aprender a desconectar en momentos determinados, practicar la selección consciente de la información que consumimos y enfocarnos en lo que realmente valoramos son pasos fundamentales. Además, debemos reconocer la importancia de la calidad sobre la cantidad, tanto en nuestras relaciones interpersonales como en nuestras elecciones de consumo.
La sobreabundancia característica de la era actual nos desafía a encontrar un equilibrio entre la apertura a nuevas posibilidades y la necesidad de establecer límites saludables. Si no somos conscientes de los efectos del exceso en nuestras vidas, corremos el riesgo de quedar atrapados en un torbellino de opciones y estímulos que erosiona nuestra salud mental y nuestra capacidad de disfrutar plenamente de la vida. Es solo mediante la reflexión, la autodisciplina y el enfoque en lo esencial que podremos superar el vértigo de la sobreabundancia y encontrar la serenidad en un mundo en constante movimiento.
Extraño mucho cuando la vida era más lenta, tenía yo tiempo de saborear y asombrarme de las simples cosas, como una fotografía en blanco y negro (Que todavía conservo), planeada por unos adolescentes curiosos y emocionados.