por Alejandro Anaya
Para muchos de nosotros San Miguel de Allende representa la tierra prometida. El sitio al que llegamos para hacer nuestros sueños realidad, pero no olvidemos que ya había gente aquí, continuando sus propios sueños y los de generaciones atrás, que habían hecho de la ciudad el icónico lugar al que se le ha nombrado la mejor ciudad pequeña del mundo, el sitio más amigable, o el destino número uno, y que ya era un gran lugar para vivir.
Esto me lo recordó una reciente experiencia que tuvimos en el departamento en el que vivíamos en la colonia Lejona, el cual nos mostró el lado de San Miguel que pocas veces ven los turistas y que forma parte de la columna vertebral de la comunidad. El lado de las personas que han vivido aquí toda su vida, en el San Miguel que no estaba lleno de restaurantes ni cafés o galerías. En el que la colonia Lejona era un sitio alejado del centro y rodeado de puro monte, como decimos en México.
Un día, ya hartos de que el perro de uno de los vecinos ladrara sin cesar todas las noches, hablamos con la vecina para ver que se podía hacer sobre su mascota, a lo que nos respondió que no había manera de callar a su perro, ya que era su “sistema de alarma”, y era lo que la mantenía segura. La señora tenía el tiempo de su lado, ya que había vivido ahí desde antes de que fuera la colonia Lejona.
En mis conversaciones con mis amigos expatriados, escucho muchas veces la expresión “bienvenido a México” para referirse a algo que les parece mal hecho, trocho, o a algo que no les gusta, y debo admitir que como norteño, yo también he tenido mis choques culturales con San Miguel, pero la voz en mi cabeza me sigue recordando: “Ellos ya vivían aquí. Nosotros llegamos a su hogar”. El herrero que tanto ruido hace en su taller, el perro que ladra todo el día, los gallos que cacaraquean al alba, todos ya tenían su propósito antes de que nos viniéramos acá, antes de que los restaurantes y los hoteles boutique se establecieran en este encantador rincón de México. Incluso se puede decir que esas personas y sus actividades del día a día son una parte del encanto del lugar y de lo que lo ha hecho tan atractivo para visitantes.
No podemos pelear con la esencia de un lugar, pero si podemos administrar el cambio para vivir en armonía. Por un lado, es importante respetar la cultura del lugar, pero también hacer conciencia de que hay un cambio que inevitablemente se está dando, y como toda evolución natural, hay crecimiento. ¿Quién va a tener la razón cuando haya una discusión con alguien que tiene toda su vida aquí y le reclamamos por algo que siempre han hecho? ¿Los dos? ¿Ninguno?
Nuestra respuesta inicial a la situación del perro fue coraje y desesperación, porque ya para esas fechas las ojeras más bien se nos veían como antifaces del Llanero Solitario por la falta de sueño, y habíamos tenido otro problema con las ardillas del terreno de al lado porque estaban construyendo un mercado de autoservicio que las había dejado sin hogar, y habían decidido que nuestro automóvil era el perfecto lugar para mudarse, y los cables del motor, los juguetes ideales para mordisquear. Pero, en medio de todo ese caos, tuve un momento de claridad y escuché una voz contundente en mi mente que me decía: Ellos ya estaban aquí…
Nuestra segunda reacción fue mudarnos.
Quaerare Assidue =Búsqueda constante
Arte por el autor
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Alejandro Anaya es artista visual y escritor, originario de Torreón que, desde hace casi cuatro años convive y participa activamente en la comunidad Sanmiguelense. Su colaboración en Lokkal es parte de su filosofía como contador de historias, y su compromiso de compartir sus descubrimientos y reflexiones sobre esta hermosa parte de México, con todos los que busquen vivir una experiencia única en San Miguel de Allende.
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