por Alejandro Anaya, texto y arte

Los días posteriores a una mudanza son como estar en el limbo. Ni eres de aquí ni de allá. El espacio no es familiar y te sientes como si estuvieras en un viaje, solo que te trajiste ¡absolutamente todo lo que posees en el mundo! Poco a poco fui abriendo incontables cajas, como niño abriendo sus regalos de cumpleaños, esperando encontrar el mejor de todos, en mi caso eran mis pinturas y mis pinceles.

Me instale en la terraza del nuevo departamento para trabajar toda la mañana. Empecé con algunos bocetos y después brinqué a los pliegos de papel y la acuarela con tinta. La gran ventaja de un lugar nuevo, es que la “vibra novedosa” ayuda a que te salgas de lo habitual. Te da una especie de permiso de nuevo inquilino y te invita a explorar cosas nuevas.

Otra cosa que aportó a la experimentación fue el orden en el que fui encontrando mis materiales. En el fondo de una caja redescubrí un set de carboncillos que habían estado olvidados ahí por más de 6 meses y que ahora me pedían a gritos que los sacara a dar una vuelta. También hicieron su aparición triunfal un par de pliegos de papel amate, así que me dispuse a usarlos juntos.

Hay algo emocionante al iniciar una obra sobre un papel en blanco, nunca se cómo va a terminar. Con cada trazo se va definiendo la personalidad del personaje y el mundo que lo rodea. Sé que los rostros que me gusta dibujar ya están ahí en el papel, sólo tengo que sacarlos, y mucho va tener que ver con los primeros trazos. Cada mancha de acuarela, cada línea de tinta o carboncillo me van a ir diciendo quién es esta persona que aparece frente a mí.

Al final del día, el proceso post mudanza me ayudó a soltarme y dejarme llevar más por la curiosidad que por el proceso mismo. Encontré un libro viejo al que se le estaban cayendo las hojas y decidí incorporar algunas de sus páginas en una de las obras. Descubrí que a veces, para crear algo nuevo tienes que desempolvar cosas viejas y dejarte llevar por lo que va surgiendo en el momento. Es un poco como reconectar con el niño que siempre llevamos dentro, pero que rara vez dejamos salir, porque no nos damos permiso de hacer algo imperfecto o impredecible.

Cuando era pequeño recuerdo los comics que hacía, eran con el papel de máquina de la oficina de mi padre, las plumas que me encontraba en la casa, y las ganas de contar una historia. Algún monstruo aparecía cuando, por accidente se chorreaba la tinta o se derretía un crayón (hacía mucho calor en mi tierra natal). En mi proceso creativo se volvió a despertar el niño que tenía la cara pegada al papel, y al que no le importaba si el resultado era “bonito”, solo le interesaba expresarse y continuar con su historia, e irla descubriendo al mismo tiempo.

Recordé las palabras de Picasso: "Todos los niños nacen artistas. El problema es cómo seguir siendo artistas al crecer." Y me di cuenta de que a veces necesitamos un poco de disrupción para echar a andar nuestra creatividad, solo tenemos que aprender a usarla a nuestro favor.

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Alejandro Anaya es artista visual y escritor, originario de Torreón que, desde hace casi cuatro años convive y participa activamente en la comunidad Sanmiguelense. Su colaboración en Lokkal es parte de su filosofía como contador de historias, y su compromiso de compartir sus descubrimientos y reflexiones sobre esta hermosa parte de México, con todos los que busquen vivir una experiencia única en San Miguel de Allende. Alejandro exhibits at Galería Kerlegand in the Fábrica la Aurora.

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