por Alejandro Anaya, texto, arte
Al visitar el Museo Victoria & Albert en Londres, hace 17 años, tomé una decisión que impactó el resto de mi vida. Durante el recorrido del reconocido espacio cultural, salí al patio a comprar un sándwich y una botella de agua. En una de las peores olas de calor que habían azotado al Reino Unido, me senté frente a una fuente en la que brincaban niños, que buscaban de alguna forma calmar el intenso calor que pocas veces se vivía en la región.
Las piezas que acababa de ver en el museo aún me daban vueltas en la cabeza, y todo lo que mi vista encontraba, inmediatamente me pedía a gritos que lo interpretara con pluma y papel en un dibujo. Después de un rato, tuve una grata sensación al ver mis bocetos en el papel, y fue en ese momento que decidí que mi vida necesitaría regresar al dibujo y al arte en general.
Desde muy pequeño me había dedicado a dibujar incesantemente, incluso gozaba más hacer mis propios comics, que leer algo de Batman o Superman. El ejercicio creativo en el museo me dio una descarga de felicidad que me regreso a mi niñez y que me hizo recordar lo mucho que disfrutaba crear mundos y personajes con mis dibujos. Cuando la gente me pregunta desde cuando empecé a hacer arte, les muestro la fotografía que me tomó mi hermano sumergido en mis libretas con crayón en mano.
Hoy, bajando al centro, me topé con el grupo de “Urban sketchers” en los que varios amigos participan, la mayoría de ellos extranjeros que ven en San Miguel de Allende la excusa perfecta para capturar la belleza colonial en tinta y acuarela. En sus rostros veo a niños que resurgieron hambrientos de dibujar al mundo que los rodea, de capturar la belleza de los momentos cotidianos en sus cuadernos, a través del filtro de su mirada y su imaginación. Recordé esa calurosa tarde en Londres y lo mucho que había cambiado mi vida a raíz de haber retomado el ejercicio de dibujar todos los días en cafés, en la calle, en las plazas y en una banca frente a una iglesia como lo hacían mis amigos.
La dopamina fluye en esos momentos en los que los problemas pasan a segundo plano y lo único que importa es dibujar, expresar e interpretar lo que vamos descubriendo en nuestro entorno. Para mí es el capturar lo que el momento brinda para crear mis personajes. Seres extraños a veces medio geométricos, en otras ocasiones el resultado de trazos libres con pluma fuente y tintas de colores mezcladas con un poco de agua.
La cultura de bocetar sin duda nos ofrece una alternativa a tomar fotos destinadas a perderse en el olvido de un disco duro o una nube. Le pone atención a ese momento único, sin el cual se esfumaría, o a lo mejor, jamás existiría.
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Alejandro Anaya es artista visual y escritor, originario de Torreón que, desde hace casi cuatro años convive y participa activamente en la comunidad Sanmiguelense. Su colaboración en Lokkal es parte de su filosofía como contador de historias, y su compromiso de compartir sus descubrimientos y reflexiones sobre esta hermosa parte de México, con todos los que busquen vivir una experiencia única en San Miguel de Allende.
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