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El espíritu liberado: La antigua poesía azteca

Poetas y músicos aztecas
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25 de agosto 2024

por Philip Gambone

La producción literaria del México antiguo es extraordinariamente fértil. Es más, ningún otro pueblo anterior a la conquista dejó un corpus literario tan amplio y variado como los nahuas del centro de México, el pueblo al que comúnmente llamamos aztecas. Su literatura se mantuvo viva en gran medida gracias a la tradición oral, en la que transmitían sus historias y poesías de boca en boca. Los «sabios de la palabra», aquellos hombres cultos que memorizaban y recitaban este patrimonio literario, contaban con la ayuda de los amoxtli, libros ilustrados que les ayudaban a refrescar su prodigiosa memoria. (En un artículo anterior, «El camino del códice», en el número de Lokkal del 28 de enero de 2024, describí cómo estos «libros» aztecas registraban el lenguaje literario).

Tras la conquista española, algunos de los primeros frailes misioneros que llegaron a México para evangelizar a los indígenas se interesaron mucho por su literatura y su cultura. Aprendieron náhuatl, la lengua de los nahuas, y, utilizando el alfabeto latino, tomaron al dictado los poemas, canciones, historias y mitos que los sabios les «leían» de los libros. Miguel León-Portilla, eminente antropólogo e historiador mexicano, escribe que frailes como Bernadino de Sahagún consideraban los cantos y relatos antiguos de los nahuas «tan dignos de conservación como lo habían sido las composiciones de otros “paganos” como los romanos y los griegos».


Miguel Léon-Portilla (1926-2019)
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Trágicamente, gran parte del trabajo de los primeros frailes cronistas se ha perdido, destruido por otros clérigos que pensaban que la literatura azteca era sacrílega y por las autoridades seculares que temían que la evidencia de una cultura india rica y sofisticada socavara la afirmación de que los españoles estaban trayendo una cultura y una religión superiores a un mundo pagano. Sin embargo, a pesar de la destrucción de tantos documentos, se conserva una buena parte de la literatura mexicana primitiva, incluida la poesía. Lo que sobrevive resulta fascinante y delicioso.

«Ellos, todos los señores, tenían sus cantores que componían canciones sobre los logros de sus antepasados y de ellos mismos», escribió el fraile dominico Diego de Durán en su Historia de las Indias de Nueva España (1581). Al principio, cuando Durán escuchaba las canciones, le parecían oscuras, sin sentido. «Pero después -dijo-, al hablar de ellos y discutirlos, les he encontrado un sentido maravilloso. He oído esas canciones muchas veces en bailes al aire libre, lo que... me dio mucha satisfacción». Además de estos poemas heroicos, los nahuas compusieron muchos poemas líricos: poemas sobre la primavera, las flores, los pájaros y los peces, sobre la orfandad, las mujeres y la amistad. También produjeron «cantos provocativos», es decir, cantos eróticos (cantos traviesos).

La poesía nahua procede de «una tradición de visión fusionada», escriben Edward Kissam y Michael Schmidt, dos poetas que reunieron una pequeña antología de poemas aztecas. La poesía azteca, señalan, es «casi mágica o visionaria», pues aúna múltiples niveles de pensamiento: literal, filosófico, mítico y religioso. «La poesía intenta integrar estos niveles en una sola declaración». Como ejemplo, señalan estos dos versos: «El cuerpo hace unas cuantas flores / y luego cae marchito en alguna parte». Esto, dicen, «puede verse como una referencia a lo efímero de la vida, a la abnegación, a la creación de poemas, a la generación de hijos». León-Portilla lo expresa así: La poesía de los aztecas derivaba de un tipo peculiar de conocimiento, «fruto de una auténtica experiencia interior.... Sólo quien está bajo la influencia divina, que esparce flores y cantos entre los hombres, es capaz de hablar de 'la verdad en la tierra'».


Texto náhuatl
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Las flores son una imagen recurrente en la poesía azteca. “Los textos la emplean siempre en una acepción claramente espiritual, y hemos visto que la flor del cuerpo, que los Colegios religiosos tenían por misión hacer brotar, no puede referirse más que al alma”.

 
Del interior del cielo vienen
Las bellas flores, los bellos cantos
Los afea nuestro anhelo
Nuestra inventiva los echa a perder.
 

El mensaje principal de la poesía azteca es que la vida en la tierra es efímera. Los poetas saben que «un destino ineludible conduce al hombre a la Región de los Muertos», escribe León-Portilla.

 
¿Sólo así he de irme como las flores que perecieron?
¿Nada quedará de mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!
En vano hemos llegado,
Hemos brotado en la tierra.
 

Ante la transitoriedad de la vida, los poetas aztecas se «obsesionaron por encontrar un auténtico sentido a la actividad y el pensamiento humanos», continúa León-Portilla. «La respuesta inevitable, como debieron admitir los poetas y sabios náhuatl, era vivir plenamente la vida en la tierra: obtener el máximo placer posible». De este modo, Xochipili («príncipe de las flores»), el dios azteca de las flores, el canto, la danza y los juegos, pasó a representar el espíritu liberado.


Xochipilli - diosa del arte, juegos, flores y canciones
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Entre los poemas aztecas que han llegado hasta nosotros se encuentra una «oda al placer» supuestamente escrita por Tlaltecatzin, un señor del siglo XIV de Cuauhchinanco, en el actual estado de Puebla. Su canto al placer está «entretejido con un angustioso sentido de la pérdida de uno mismo por la muerte», dice León-Portilla en su libro Quince poetas del mundo azteca. En el poema, Tlaltecatzin habla a una ahuiani o «regocijante», a la que León-Portilla llama discretamente «mujer pública». Existe amplia documentación sobre estas regocijantes en los libros ilustrados aztecas y en los códices españoles posteriores. Un códice, por ejemplo, incluye un poema sobre una ahuiani que

 
Con su cuerpo da placer,
Vede su cuerpo …
Se yergue, hace meneos
Con la mano hace señas,
Con los ojos llama
Vuelve el ojo arqueando
Se ríe, ándase riendo
Muestra sus gracias.
 


Ahuiani
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En la Canción del Placer de Tlaltecatzin, al dirigirse a su regocijada, se da cuenta de que ella, y todo placer terrenal, acabarán muriendo:

 
Dulce, sabrosa mujer,
Preciosa flor de maíz tostado,
Sólo te prestas,
Serás abandonada,
Tendrás que irte,
Quedarás descarnada.
 

Una de las colecciones más destacadas de poesía antigua mexicana, y la más extensa, es la de los Cantares mexicanos, antología reunida en algún momento del siglo XVI, probablemente por un indio al servicio de Sahagún u otro fraile. El compilador anónimo escribió los poemas en náhuatl clásico, utilizando el alfabeto latino. El manuscrito, olvidado durante siglos, fue descubierto a mediados del siglo XIX, cuando comenzó a traducirse y estudiarse.

La fecha del manuscrito reunido (en algún momento después de 1565) significa que las influencias cristianas se colaron en algunos de los poemas de Cantares mexicanos. John Bierhorst, otro estudioso de la antigua poesía mexicana, afirma que algunos de los temas militaristas de los poemas y canciones aztecas originales se sustituyeron por referencias a historias bíblicas y vidas de santos «con la esperanza de que pudieran suplantar a los [elementos] idólatras». Otros poemas de Cantares mexicanos recuerdan los acontecimientos de 1519-1521, cuando Cortés conquistó a los aztecas:

 
¡Esfuérzate,
Entrégate a la guerra,
Tlacatécatl Temilotzin,
Han salido de sus barcas los hombres de Castilla!
 

Entre los poetas aztecas más destacados de los Cantares mexicanos (y también de otras colecciones de códices) se encuentra Nezahualcóyotl (1402-1472), que fue uno de los grandes gobernantes de Tetzcohco (Texcoco). Durante su reinado florecieron la cultura y las artes, «un periodo de magnificencia», escribe León-Portilla, «durante el cual Nezahualcóyotl planeó e inauguró nuevos palacios, templos y jardines botánicos y zoológicos». El rey era también un poeta de gran finura, un maestro tanto del canto como de la sabiduría.

Aunque se discute si todos los poemas atribuidos a Nezahualcóyotl fueron realmente compuestos por él, hay varios cuya autenticidad es universalmente reconocida. Como la mayor parte de la poesía azteca, la de Nezahualcóyotl revela una ansiedad por la fugacidad de la vida:

 
Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
 


Nezahualcoyotl from the Codex Ixtlilxochitl
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Pero en otro poema declara que existe un camino alternativo, un camino que nunca muere. Es el camino de las «flores y las canciones», de la poesía y el arte, que él legará a las generaciones futuras:

 
No acabarán mis flores,
No cesarán mis cantos.
Yo cantor los elevo,
Se reparten, se esparcen.
Aun cuando las flores
Se marchitan y amarillecen,
Serán llevadas allá,
Al interior de la casa
Del ave de plumas de oro.
 

Incluso traducida, la poesía lírica de los aztecas ofrece a los lectores delicias modernas abundantes. He aquí otro poema, compuesto por Temilotzin, un príncipe de Tzilacatlan que luchó contra los conquistadores. Trata de hacer amigos y es sorprendentemente moderno en su romanticismo. La traducción al español es de Miguel León-Portilla.

 
He venido, oh amigos nuestros:
con collares ciño,
con plumajes de tzinitzcan doy cimiento,
con plumas de guacamaya rodeo,
pinto con los colores del oro,
con trepidantes plumas de quetzal enlazo
al conjunto de los amigos.
Con cantos circundo a la comunidad.
La haré entrar al palacio,
allí todos nosotros estaremos,
hasta que nos hayamos ido a la región de los muertos.
Así nos habremos dado en préstamo los unos a los otros.

Ya he venido,
me pongo de pie,
forjaré cantos,
haré que los cantos broten,
para vosotros, amigos nuestros.
Soy enviado de Dios,
soy poseedor de las flores,
yo soy Temilotzin,
he venido a hacer amigos aquí.
 

«En las literaturas nativas de México», concluye León-Portilla, »permanece el mensaje de quienes supieron dar sentido a la vida y al enigma de la muerte, a la realidad última y al universo. Los textos, poemas e himnos que sobreviven son testimonio de la verdad dicha por los antiguos sabios que tantas veces repitieron que sus flores y cantos, el arte del mundo indígena, existirían para siempre».

Quienes deseen leer más poesía antigua nahua/azteca pueden considerar los siguientes libros: Flor y Canto: Poemas de los Aztecas, Edward Kissam y Michael Schmidt (1977); Quince poetas del mundo azteca, (1992); Cantares Mexicanos: cantos de los aztecas, John Bierhorst (1985); Trece poetas del mundo azteca, Miguel León-Portilla (1967); y La tinta negra y roja: antología de poesía náhuatl, Miguel León-Portilla (2008).

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Philip Gambone, un profesor de inglés jubilado de secundaria, también enseñó escritura creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Es el autor de cinco libros, más recientemente Tan lejos como puedo decir: Encontrando a mi padre en la Segunda Guerra Mundial, que fue nombrado uno de los mejores libros de 2020 por el Boston Globe. Está disponible a través de Amazon, en la librería de la Biblioteca, y en Aurora Books en Calzada de la Aurora.

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