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Demasiado humana

Arte por Susanna Turino
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11 de febrero 2024

por Dr. David Fialkoff, Editor

Confiar en la ciencia está bien, a menos que sea el tipo de ciencia que patrocinaron las compañías de cigarrillos en los años 50 y 60 para demostrar la seguridad de su producto. Resulta que la política y la ciencia se mezclan con demasiada facilidad.

Hasta hace muy poco, hablar de consciencia era una medida que ponía fin a la carrera de un científico. Incluso hoy en día, dependiendo de cómo se hable de ello, tal herejía todavía puede hacer que te quemen en la hoguera científica: condenado al ostracismo, no publicable, desfinanciado, sin trabajo y sin laboratorio.

La ciencia ortodoxa sigue insistiendo en que se puede obtener conciencia de una piedra. El dogma sostiene que la mente, con todas sus maravillosas cualidades y sentido del ser, ha derivado de la materia inerte. Los guardianes de la llama nerd predican que la conciencia, tu sentido más profundo del ser, es todo un epifenómeno accidental, generado de algún modo por la actividad eléctrica de tu cerebro.

Pero, muy recientemente, hay científicos disidentes, que reconocen lo obvio, a saber, que no importa cuántos miles de millones de años tengas, 13 o 1300, no puedes obtener conciencia del polvo de roca. Estos radicales sostienen que la mente simplemente es; que es una fuerza básica, como la gravedad o el electromagnetismo; que no deriva de nada más, ni del polvo de roca, ni de la actividad eléctrica del cerebro.

Incluso algunos científicos prominentes, consumados y adinerados han arremetido contra el establishment científico. Señalando que, Señalando que, cuando se trata de la cuestión de la conciencia, el emperador no tiene ropa.

Más allá de anularse, luchan contra el sesgo injusto y acientífico que la ciencia clásica muestra hacia la conciencia, nuestra experiencia más central. Ridiculizando a quienes hacen el ridículo, insisten en que la conciencia es un fenómeno cuántico holístico, más allá del tiempo y el espacio, un fenómeno que no encaja en la medición plodding de la física materialista y clásica.

Afirman que, a pesar de la perspectiva de nuestro cuerpo, todo es conciencia; que en el cuerpo estamos disociados de nuestra identidad mayor, que es holística y lo incluye todo.

Vivos somos como un niño que juega a un videojuego o un piloto que pilota un avión por instrumentos. Al morir, nos volvemos a asociar con nuestro yo mayor, como si levantáramos los ojos del salpicadero de la cabina y miráramos a través del parabrisas o, mejor aún, voláramos hacia el salvaje cielo azul... sin el avión.

Eso está bien, es bueno, edificante, afirmativo y significativo, y a mí me suena mucho a paraíso o a experiencia cercana a la muerte. Agradezco a estos aguerridos científicos, Fredrico Faggin y Bernardo Kastrup, que hayan dado una forma mejor y más autorizada a mis intuiciones.

Faggin y Kastrup declaran que el universo es consciente, que al igual que el holismo infinito del estado cuántico colapsa cuando lo medimos, así el holismo infinito de nuestro espíritu colapsa en el ser físico. Faggin afirma que el universo quiere conocerse a sí mismo. Kastrup utiliza libremente el término Dios. Pero luego, todavía alérgico a lo divino, estornuda.

Kastrup nos dice, sin justificar en absoluto su prejuicio, que Dios, la Mente Universal, no piensa en sí misma ni en la creación; que no se ocupa de nosotros; que no existe un Dios personal, sino sólo la Naturaleza impersonal como Dios.

Su actitud me recuerda a la de un alcohólico recién reformado que empieza a predicar al resto de nosotros, los no alcohólicos, sobre cómo debemos llevar nuestras vidas. El alcohólico era, hasta anteayer, un borracho abusivo, que torturaba a los que le querían y le necesitaban. Pero ahora ha visto la luz y se ha convertido en una autoridad sobre la buena vida... Puede que esta arrogancia ya no esté alimentada por el alcohol, pero la arrogancia es igual de fuerte.

Del mismo modo, los científicos, que hasta anteayer ni siquiera creían, dictan ahora los términos de la creencia. Los científicos, que durante los dos últimos siglos han ridiculizado enérgicamente la idea de Dios como una ilusión, un pensamiento infantil, ahora admiten que existe una Mente Universal, pero insisten en que no es el tipo de Dios del que los místicos de todo el mundo han estado hablando durante miles de años.

Los científicos, que apenas han conseguido levantar la cabeza del fango materialista, admiten ahora que existe un Dios. Pero, aferrados aún a su certidumbre, con todo el celo de los recién convertidos, pretenden saber mejor que nadie qué clase de Dios es y qué clase de Dios no es.

Su locura es demasiado humana.

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El arte de Susanna Turino se expone en
Galería Manuk, Fabrica Aurora
www.susannaturino.com

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