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El "caudillo cultural" de México: José Vasconcelos y La raza cósmica

José Vasconcelos (1914)
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28 de julio 2024

por Philip Gambone

"Los días de los blancos puros, los vencedores de hoy, están tan contados como lo estuvieron los de sus antecesores. Al cumplir su destino de mecanizar el mundo, ellos mismos han puesto, sin saberlo, las bases de un período nuevo, el período de la fusión y la mezcla de todos los pueblos".

Estas palabras fueron escritas hace cien años por José Vasconcelos, el fundador de la educación mexicana moderna. Bajo la presidencia liberal de Álvaro Obregón, Vasconcelos fue Ministro de Educación de México entre 1921 y 1924. Fue un polímata autodidacta y un apasionado escritor sobre una amplia gama de temas: política, filosofía, historia, educación, sociología y asuntos culturales. Sus Obras completas, en cuatro volúmenes, suman varios miles de páginas.

Entre las obras más conocidas y debatidas de Vasconcelos figura La raza cósmica, que, según el traductor Ilan Stavans (él mismo un polímata), "ha adquirido el estatus de clásico aunque la gente no lo lea". El libro es un alegato a favor de la ideología de una futura "quinta raza" -ubicada en la cultura y la espiritualidad mestizas- que anunciará una civilización nueva y armoniosa: Universópolis. Este libro profético, dice Didier T. Jaén, otro traductor de la obra, fue "un esfuerzo titánico". También es un libro enloquecedor de leer, empañado por contradicciones, pseudociencia, párrafos inconexos e incómodos estereotipos raciales. Aunque el libro fue enormemente popular en sus primeros años de vida -especialmente entre personas de herencia racial mixta-, hoy ha caído en descrédito. Como señala Jaén con irónica modestia: "Hoy en día no está de moda elogiar a Vasconcelos en México". Y sin embargo, merece la pena leer La raza cósmica, porque presenta una visión de un mundo mejor que el actual.

José Vasconcelos Calderón nació en Oaxaca en 1882. De joven fue a la escuela en Eagle Pass, Texas, durante los años en que su padre trabajó como inspector de aduanas al otro lado del Río Grande, en Piedras Negras. Viviendo en la frontera, el joven Vasconcelos estuvo expuesto a las tensiones raciales y culturales entre estadounidenses y mexicanos. En su autobiografía, Un Ulises mexicano, recuerda: "Cuando se dijo en clase que cien yanquis podían poner a pelear a mil mexicanos, me levanté y dije: '¡Eso no es así! Y aún me enfadaba más si algún alumno comparaba las costumbres de los mexicanos con las de los esquimales y decía: 'Los mexicanos son gente semicivilizada'". Este tipo de prejuicios fue "un factor que moldeó profundamente la visión del mundo de Vasconcelos", escribe Stavans en su libro José Vasconcelos: El Profeta de la Raza.

El joven José estudió en la Escuela Nacional Preparatoria de Ciudad de México, donde obtuvo el bachillerato. En 1905, tras licenciarse en Derecho, Vasconcelos trabajó durante un tiempo en la sucursal de Ciudad de México de un bufete de Nueva York. Participó activamente en círculos intelectuales y ayudó a fundar un ateneo, el Ateneo de la Juventud, cuyo propósito era luchar contra la corrupción moral de la vida mexicana bajo el dictador Porfirio Díaz. Cuando el movimiento anti-Díaz se recrudeció, Vasconcelos se convirtió en editor de El Antirreeleccionista, una revista dedicada al cambio no violento del gobierno. Sus ataques al régimen de Díaz hicieron que Vasconcelos se exiliara a Estados Unidos, donde, durante tres meses, trabajó como traductor y mecanógrafo antes de que se le concediera la amnistía.

En los turbulentos años de la Revolución Mexicana, Vasconcelos -el "caudillo cultural" de la revolución- permaneció leal a la causa. Pero se impacientó por la lentitud de las reformas bajo la presidencia de Venustiano Carranza (1917-1920) y se convirtió en uno de sus más duros críticos. Tras el asesinato de Carranza en 1920, Vasconcelos fue nombrado rector de la Universidad Nacional, desde donde creó la Secretaría de Educación Pública.


Logo de la UNAM diseñado por Vasconcelos
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La ambiciosa empresa del ministerio incluía la creación de imprentas estatales, la creación de programas de formación profesional para hombres y mujeres, la difusión de información sobre el control de la natalidad y la distribución de desayunos gratuitos a los niños pobres para que pudieran concentrarse en sus estudios. Le gustaba decir: "No me inspiro en Boston, para mis reformas, sino en Xochimilco."

Vasconcelos era "un creyente en el cristianismo aplicado", escribió Katherine Anne Porter en uno de sus ensayos mexicanos. "Podría llamársele tolstoiano, excepto que es mexicano, y la doctrina de la no resistencia no compromete su fe. Afirma a su manera tranquila que el verdadero propósito de la educación superior es elevar las almas de los hombres por encima de esta civilización calamitosa".

Durante estos años, Vasconcelos se preocupó por cuestiones de raza. "Insistió en el principio de que el indio y el blanco debían educarse juntos", escribe Gabriella de Beer, una de sus biógrafas. "Poetas y artistas fueron invitados a vivir con los grupos indígenas para despertar su interés". Bajo su liderazgo surgió el movimiento muralista mexicano. Stavans lo llama otra forma en que Vasconcelos utilizó el arte "como medio de ilustración".

En la década de 1920, Vasconcelos era tan popular como reformador que su nombre se barajó como posible candidato a la presidencia de México, a lo que se negó. Sin embargo, aceptó la candidatura a la gobernación de su estado natal, Oaxaca. Ganó las elecciones, pero el gobierno central no le reconoció en el cargo. La derrota le impulsó a crear un semanario, La Antorcha, el primer periódico del país de tendencia socialista, para difundir su oposición al gobierno y a las dictaduras. Vasconcelos se convirtió en una inspiración para miles de estudiantes no sólo de México, sino también de Panamá, Colombia y Perú, que le nombraron Maestro de la Juventud.

Opuesto a la presidencia de Plutarco Elías Calles, dimitió del Ministerio de Educación y marchó a España en 1925, donde dio conferencias principalmente sobre los temas de La raza cósmica, que se publicó ese año. Posteriormente, durante la última parte de la década de 1920, enseñó en la Universidad de Puerto Rico, la Universidad de Chicago y Stanford.

A pesar de sus defectos y errores - "una lectura accidentada", dice Stavans-, La raza cósmica, o al menos su capítulo inicial "Mestizaje", no debe descartarse. Es una meditación apasionada, aunque a veces tropiece, sobre un mundo futuro arraigado en valores espirituales. Como su contemporáneo, el jesuita francés Teilhard de Chardin, la perspectiva de Vasconcelos "se inclinaba hacia el misticismo", explica Jaén. "Rechazar sus tesis sólo desde el punto de vista de la ciencia y la genética es algo injustificado...". Quizá el error de Vasconcelos fue haber escrito en un estilo que emula la ciencia y la filosofía, cuando pretendía ser más que un filósofo o un científico. Su problema fue el de expresar en un lenguaje racional intuiciones que sobrepasaban los límites del lenguaje y de la razón".


Teilhard de Chardin
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Vasconcelos creía que la dominación de las demás razas por parte de la raza blanca no sólo sería temporal, sino que acabaría sirviendo de puente que conectaría a las razas. "El blanco ha puesto al mundo en situación de que todos los tipos y todas las culturas pueden fundirse. La civilización conquistada por los blancos, organizada por nuestra época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de todos los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado".

Ante la dominación anglosajona del mundo hispánico, Vasconcelos era muy consciente del sentimiento latino de derrota, en México conocido como malinchismo o complejo de inferioridad. "La derrota nos ha traído la confusión de los valores y los conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después de vencernos; el comercio nos conquista con sus pequeñas ventajas. Despojados de la antigua grandeza, nos ufanamos de un patriotismo exclusivamente nacional, y ni siquiera advertimos los peligros que amenazan a nuestra raza en conjunto. Nos negamos los unos a los otros. La derrota nos ha envilecido a tal punto que, sin darnos cuenta, servimos los fines de la política enemiga de batirnos en detalle, de ofrecer ventajas particulares a cada uno de nuestros hermanos, mientras al otro se le sacrifica en intereses vitales".

Los grandes constructores de imperios de otros siglos, escribió, habían rechazado "la mezcla de razas disímiles; pero cometieron el pecado de destruir esas razas, en tanto que nosotros las asimilamos, y esto nos da derechos nuevos y esperanzas de una misión sin precedente en la Historia…. La ventaja de nuestra tradición es que posee mayor facilidad de simpatía con los extraños. Esto implica que nuestra civilización, con todos sus defectos, puede ser "la elegida para asimilar y convertir a un nuevo tipo a todos los hombres. En ella se prepara de la humanidad nueva".

El idealismo de Vasconcelos es una lectura conmovedora. Él miraba hacia un tiempo -el siglo XXI- en el que la raza sintética aspiraría a "englobar y expresar todo lo humano en maneras de constante superación". Lo que surgiría sería "la raza definitiva … hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo mismo, más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal". El sueño de Vasconcelos era un mundo basado no en la conquista y la dominación, sino en la síntesis cultural, no en la arrogancia, sino en la alegría: "no para el triunfo de una raza sola, sino para la redención de todos los hombres… como una promesa de un futuro que sobrepujara a todo tiempo anterior".

En 1929, Vasconcelos presentó su candidatura a la presidencia. Sus seguidores lo promovían como el tipo de hombre noble y honesto que trabajaría "a fin de poner entre todos un orden favorable a la cultura y a la libertad". La oposición, bajo la bandera del Partido Nacional Revolucionario (el partido que dominó la política mexicana durante los siguientes setenta años y que Mario Vargas Llosa calificó de "dictadura camuflada"), organizó una feroz y sangrienta resistencia que se saldó con la misteriosa muerte de varios miembros del equipo de Vasconcelos y más de un atentado contra su propia vida. En las elecciones, el candidato oficial, Pascual Ortiz Rubio, ganó por goleada. "Me han engañado", declaró Vasconcelos.

Durante los últimos treinta años de su vida (1929-1959), Vasconcelos atacó una y otra vez a su país y a su corrupta administración. En 1946, se le otorgó el cargo, en gran medida ceremonial, de director de la Biblioteca Nacional. "La última década de su vida estuvo marcada por la amargura", escribe Stavans. "Despotricó con frecuencia contra la élite gobernante de México y emitió declaraciones melancólicas sobre cómo México había traicionado su propio potencial como nación moderna".


Estatua de Vasconcelos en calle de San Ildefonso en Ciudad de México
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Con todos sus defectos, merece la pena leer La raza cósmica. Al menos dos traducciones modernas de su capítulo seminal, "Mestizaje", están disponibles en inglés. Aunque Didier Jaén tiene razón al señalar que el libro "da la impresión de una gran mente intuitiva que no encontró su modo de expresión", el mensaje básico de Vasconcelos -que la raza hispánica tiene "por delante esta misión de descubrir nuevas zonas en el espíritu" y que este espíritu, esta raza cósmica, será "hecha con el tesoro de todas las anteriores" -es un mensaje que necesitamos oír con urgencia en un mundo tan dividido por el racismo, la xenofobia y la cultura de los que tienen contra los que no tienen. "El nombre recuerda cosas distintas a cada persona", dice de Beer, "pero lo curioso es que todo el mundo reacciona ante su mención. No se puede ser indiferente a Vasconcelos".

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Philip Gambone, profesor de inglés de secundaria jubilado, también enseñó escritura creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Es autor de cinco libros, el más reciente As Far As I Can Tell: Finding My Father in World War II, que fue nombrado uno de los mejores libros de 2020 por el Boston Globe. Su nueva colección de relatos, Zigzag, se publicará en octubre.

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