por Deborah Fine

Como a todos los niños pequeños, me encantaba pintar y dibujar. Cuando entré en el instituto, mi orientador profesional me ofreció varias opciones. La primera consistía en estudiar trigonometría, cálculo y química. La segunda era especializarme en arte. No tardé ni un segundo en decidirme. Tomé clases de arte en el instituto con un conocido retratista y me convertí en pintora realista.

Solicité plaza en Carnegie Tech (ahora conocida como Carnegie Mellon University) porque no estaba lejos de Filadelfia, donde yo vivía. Eran conocidos por su programa de arte. Andy Warhol se había graduado allí. Me pareció una buena idea. Mi padre quería que me especializara en educación artística para poder dar clases, pero yo quería especializarme en Bellas Artes, aunque no tenía ni idea de lo que eso supondría.

Pronto aprendí que la vida interrumpía mis mejores planes. El matrimonio, los hijos y la necesidad de ganarse la vida exigieron un cambio de rumbo. Cuando estaba comprando muebles de bebé para mi primer hijo, me di cuenta de que hacía falta una tienda de alta gama, así que abrí una tienda de muebles infantiles. El negocio floreció y añadí varias tiendas.

Treinta años después, cuando mi hijo y mi hija terminaron la universidad y se independizaron, volví a coger los pinceles y a empezar de nuevo, con la esperanza de seguir siendo una artista realista.

Había una escuela de arte al final de la calle donde vivía. Me apunté a una clase sin mirar el programa y era de arte abstracto. Inmediatamente me enamoré de esta nueva dirección. Empecé a trabajar con pasteles. Gané varios concursos, mi obra fue seleccionada por un importante museo de Filadelfia y me representó una conocida galería de la ciudad.

Mi carrera estaba en marcha. Empecé a pintar con acrílicos en un formato más grande. Mi obra se colocó en la entrada principal de importantes hospitales, despachos de abogados y coleccionistas de arte. Recientemente tuve el honor de que una importante organización solicitara que mi obra apareciera en la portada de su revista.

Empecé a viajar con frecuencia. Y, como era difícil transportar pinceles y pinturas, empecé a trabajar en mi iPad. Tardé un tiempo en conseguir la misma voz que se había convertido en mi sello distintivo, pero ha cuajado y ahora puedo trabajar esté donde esté.

Llegué a San Miguel y me enamoré de él por primera vez hace 55 años, cuando mi entonces marido y yo íbamos de acampada por todo México. Hace quince años, mi actual marido y yo, que buscábamos un lugar para escapar de los fríos inviernos de Filadelfia, vinimos durante un mes. Rentamos un lugar que tenía mucho espacio para que yo pintara y él tuviera espacio para escribir. Hace unos años, un querido amigo nuestro se mudó aquí y desde entonces venimos un mes al año.

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La carrera de Deborah Fine se aceleró cuando evolucionó hacia la pintura abstracta. El éxito, medido por la aclamación de la crítica, los premios, las portadas de revistas, la colocación en hospitales y en casas de destacados coleccionistas de todo Estados Unidos, no se hizo esperar.

Trabajando esencialmente con acrílicos y pasteles, a menudo en grandes formatos cuadrados, se convirtió rápidamente en una de las artistas más respetadas y solicitadas representadas por Stanek Gallery, la principal galería contemporánea de Filadelfia. En diciembre, su obra se presentará en la gran inauguración de la segunda sede de la galería en Miami.

www.deborahfine.net

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