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La primera novela de México: El Periquillo Sarniento

Periquillo
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20 de octubre 2024

por Philip Gambone

"No le gusta el trabajo, que le agrada la libertad, los amigos y el lujo demasiado, y que es muy variable en su modo de pensar". El bribón en cuestión es el protagonista de El Periquillo Sarniento, considerada generalmente como la primera novela mexicana. Fue escrita por un periodista y panfletista de tendencia liberal llamado José Joaquín Fernández de Lizardi, que publicó los tres primeros de los cuatro volúmenes de la novela en 1816. El Periquillo, que apareció durante el movimiento independentista mexicano, es una gran sátira social y política en la tradición picaresca. Piense en Tom Jones o Don Quijote. Lizardi dirigió su mordaz pluma contra casi todo, pero con mayor vehemencia contra el deplorable estado de la vida en México bajo el dominio español y la Iglesia.

Katherine Anne Porter, que escribió una introducción a la primera traducción inglesa, pensaba que El Periquillo Sarniento era "sin discusión La Novela del siglo pasado, no sólo para México sino para todos los países de habla hispana". Lamentablemente, esa traducción, realizada por su marido en aquel momento, fue severamente abreviada, suprimiendo la mayoría de los comentarios mordaces y asideros de Lizardi. No fue hasta 2004 cuando David Frye, profesor de cultura y sociedad latinoamericanas en la Universidad de Michigan, publicó una traducción completa y muy amena.

Lizardi nació el 15 de noviembre de 1776 en el seno de una familia criolla de escasos recursos - "rica en orgullo, pero pobre en bolsa"-, escribe Jefferson Rea Spell en su biografía meticulosamente investigada. El padre de Lizardi era médico en el Real Colegio de Tepotzotlán, y fue allí donde el futuro autor recibió su educación elemental. Parece ser que fue un niño bastante delincuente, lo que exasperó a su padre, que en una ocasión llegó a denunciarlo a la Inquisición por poseer una baraja de cartas con significados sugerentes y subidos de tono.

El joven acabó yendo a Ciudad de México para cursar estudios superiores; pero cuando su padre enfermó gravemente, Lizardi tuvo que retirarse de la universidad. "Llegó a la edad adulta sin estar capacitado para ningún oficio o vocación específica", dice Spell. Lizardi se casó hacia 1805. En 1811, cuando tenía 34 años, se dedicaba activamente a escribir y publicar, produciendo poemas satíricos sobre las condiciones sociales contemporáneas, que vendía en formato de panfleto en las calles de Ciudad de México.

En 1812, Lizardi empezó a escribir panfletos en prosa sobre la necesidad de una reforma política. "Su propósito era aparentemente la conciliación", dice Spell, "pues sugería que la madre patria, mediante una política más liberal, podría ganarse el amor y la amistad de los colonos en lugar de su odio". Cuando el Consejo de Cádiz, con la esperanza de satisfacer a los críticos mexicanos de la dura política colonial de Madrid, restableció la libertad de prensa, Lizardi aprovechó la oportunidad y publicó el primer número de su periódico reformista, El Pensador Mexicano, el 9 de octubre de 1812. Su postura editorial llegó a ser tan audaz que fue detenido y encarcelado por el gobierno monárquico. No fue liberado hasta el mes de marzo siguiente.

Mientras estaba en prisión, Lizardi continuó publicando números de El Pensador Mexicano, y escribió un panfleto en el que denunciaba la violencia de la revolución, exhortando a ambas partes a seguir las palabras de Cristo de amarse los unos a los otros. A pesar de tan nobles sentimientos, la vehemencia de sus críticas y su tendencia liberal en general le granjearon la acritud de monárquicos y clérigos por igual. La mirada de la Inquisición comenzó a posarse sobre él.

En respuesta, Lizardi pasó del ensayo a la novela, con la intención de presentar sus ideas reformistas en un marco menos polémico. El resultado fue El Periquillo Sarniento. La novela está llena de personajes de todos los estratos sociales que se comportan de forma terrible y deshonrosa. Lizardi no perdona a nadie, pero está claro que su juicio más cáustico se reserva para aquellos miembros de la sociedad que ocupan posiciones de autoridad y poder. En su excelente libro, Lizardi y el nacimiento de la novela en Hispanoamérica, Nancy Vogeley señala que Lizardi pensaba que "el humor que mantiene útilmente a un lector leyendo resulta de ridiculizar a la gente de alta alcurnia, más que a la de baja alcurnia". El propio Lizardi escribió en una ocasión: "Quizá excusamos los vicios de las personas plebeyas, considerando su falta de toda regla de acción y su tosca crianza. En las personas distinguidas no encontramos esta excusa y se deduce que sus defectos nos resultan más chocantes".


Página del título, edición 1842
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Después de El Periquillo, Lizardi escribió tres novelas más. En los últimos siete años de su vida, correspondientes a los primeros años de la nueva República Mexicana, se convirtió en un crítico social cada vez más importante y en un pensador con visión de futuro, defendiendo una postura progresista que le enfrentó a la Iglesia y al gobierno. De hecho, el cuarto y último volumen de El Periquillo Sarniento fue suprimido por el virrey colonial a causa de sus críticas a la esclavitud. Durante casi dos años (1822-1823), fue excomulgado por apoyar la masonería. Debido a este tipo de persecución, consideró la posibilidad de trasladarse a Estados Unidos. Lizardi murió el 27 de junio de 1827, demacrado y en la pobreza. El cementerio donde fue enterrado se convirtió más tarde en una pocilga.

El protagonista de El Periquillo Sarniento es Pedro Sarmiento, quien, de espaldas y "batallando con los médicos y enfermedades", escribe la historia de su vida para sus hijos. Habiendo llevado una vida "calavera y maliciosa", espera que, leyendo su historia, aprendan a "desechar muchos errores que notaréis admitidos por mí y por otros, y que, prevenidos con mis lecciones, no os expongáis a sufrir los malos tratamientos que yo he sufrido por mi culpa".


Nacimiento del Periquillo
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Y así se desarrolla su historia. Pedro dice que nació en la rica y próspera Ciudad de México - "la capital de la América Septentrional", la llama- entre 1771 y 1773. Como hijo de respetables padres criollos - "no opulentos, pero no constituidos en la miseria"- recibe una educación privilegiada, aunque bastante inútil. La descripción que hace Lizardi de esa educación le brinda la primera de muchas oportunidades para satirizar la vida y la cultura burguesas en el México colonial. Los maestros de Periquillo son indolentes y pedantes. Sus estudios se centran en la doctrina de la Iglesia y en algunos fragmentos de la Eneida y Cicerón. "Saqué la cabeza llena de reglitas, adivinanzas, frases y equivoquillos latinos; pero en esto de inteligencia en la pureza y propiedad del idioma, ni palabra".


Periquillo en la escuela
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Sus compañeros de clase transforman en broma su apellido, Sarmiento, en Sarniento ("picazón", "sarnoso") y le ponen el apodo de "Periquillo Sarniento". Pronto se relaciona con chicos "maliciosos y extraviados" y se convierte en "el mejor pandorguista" de la escuela. Detesta estudiar y disfruta con la idea de ganar dinero mientras se rasca la barriga perezosamente. Durante un tiempo, Pedro se plantea la posibilidad de dedicarse a la Iglesia por la vida fácil que le proporcionaría: "Lograré un curato riquillo, y descansando yo en mis vicarios, ya me podré tender boca arriba, y raparme una videta de ángeles". Pero pronto abandona los estudios teológicos y, con "aquella fortuna que llaman de pícaro", pasa a "la época más desarreglada de mi vida".

En un capítulo tras otro, Pedro detalla cómo se relacionó de buena gana con todo tipo de pícaros, estafadores y ladrones, un desfile de malvivientes como el que vemos en La vida de un libertino de Hogarth. Estos capítulos ofrecen a Lizardi la oportunidad de condenar los vicios de su época: la pompa y la vanidad de los funerales, la frivolidad y la disipación de la vida burguesa, los prejuicios contra el trabajo manual, la ineptitud de la profesión médica y la ubicuidad del robo, tanto entre los altos como entre los bajos. Como observa uno de sus camaradas: "¿Qué más tiene robar con plumas, con varas de medir, con romanas, con recetas, con aceites, con papeles, etc., etc., que robar con ganzúas, cordeles y llaves maestras? Robar por robar".


Un duelo con un hombre negro
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A pesar de los esfuerzos de algunas buenas personas por reconducirlo, Pedro se sumerge en aventuras cada vez más escabrosas. Se convierte en aprendiz de boticario, curandero, sacristán, miembro de "la honradísima clase de los señores mendigos" y gorrón. Aprende todos los trucos de un holgazán y una sanguijuela. En un momento dado, se une a un subdelegado del gobierno, que acepta sobornos para ayudar a comerciantes y agricultores ricos a librarse de todo tipo de prácticas ilegales. "A cualquier pobre indio, o porque les cobraba sus jornales, o porque les regateaba, o porque quería trabajar con otros amos menos crueles, lo maltrataban y golpeaban con más libertad que si fuera su esclavo".

Finalmente, Periquillo es expulsado de México para ser castigado por sus fechorías. Exiliado en Manila durante ocho años, se comporta de forma más honorable: "No me acaecieron aventuras peligrosas ni que merezcan referirse". Empieza a comprender que hay un lado mejor de la humanidad que el que ha aprendido en el México colonial. Un negro le enseña que "despreciar a los negros por su color y por la diferencia de su religión y costumbres es un error; el maltratarlos por ello, crueldad; y el persuadirse a que no son capaces de tener almas grandes que sepan cultivar las virtudes morales, es una preocupación demasiado crasa". Estos son los capítulos por los que se prohibió el cuarto volumen.


Periquillo navega hacia Manila
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A su regreso a México, nuestro loro sarnoso naufraga y desembarca en una isla del Pacífico. Allí, al igual que Gulliver, se encuentra con una comunidad de extranjeros, en este caso chinos, cuyas costumbres y creencias le resultan totalmente extrañas. Las ideas de Pedro sobre lo que constituye una verdadera civilización se ven cuestionadas. ¿Es posible que existan otras formas de organizar la sociedad, tal vez incluso más ilustradas? Pero una vez más, bajo malas influencias, vuelve a ser un sinvergüenza, un vago y un vagabundo.

A pesar de lo malo que es Pedro, Lizardi se apresura a señalar que el joven tiene "un corazón sensible", que remueve la conciencia del pícaro y le recuerda que hay un camino mejor que seguir. Al final de la novela, bajo la rúbrica de que bien está lo que bien acaba, Pedro finalmente se reforma. El catálogo de virtudes que amonesta a sus hijos - "que seáis humildes, atentos, afables, benéficos, corteses, honrados, veraces, sencillos, juiciosos y enteramente hombres de bien"- suena como el juramento de los Boy Scouts. Pero es un código de conducta que Lizardi adoptó sinceramente.


Periquillo apostando
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Como Pedro observa: "El saber vencerse a sí mismo y sujetar las pasiones, es el más difícil vencimiento, y por eso es la victoria más recomendable". Le dice a sus hijos: "Que no leáis mi vida por un mero pasatiempo; sino que de entre mis extravíos… procuréis aprovechar las máximas de la sólida moral que van sembradas, imitando la virtud donde la conociereis, huyendo el vicio y escarmentando siempre en las cabezas de los malos castigados".

Para los amantes de las novelas picarescas inglesas del siglo XVIII, El Periquillo Sarniento de Lizardi proporciona muchos de los mismos placeres: una cabalgata de desventuras disparatadas que arrojan un brillante foco satírico sobre los vicios y males de la época. Una y otra vez se nos muestran viñetas de la vida baja de la Ciudad de México: los bajos fondos, los salones de juego, las tabernas y los salones de billar (arrastradertios). Al mismo tiempo, Lizardi se esfuerza por mostrar que los lugares de las clases altas -escuelas, iglesias, hospitales, oficinas gubernamentales- son igualmente lugares donde reinan el engaño, la estupidez y la maldad.

Otro placer de la novela es la cantidad de aforismos ingeniosos y trozos de sabiduría popular que Lizardi esparce a lo largo de su relato: "A buena hambre no hay mal pan". "Al que está de vida, el agua le es medicina". "El hábito no hace al monje". "Perro que no anda no topa hueso". "Un garbanzo más no revienta una olla". "El amigo que no da, y el cuchillo que no corta, que se pierdan poco importa".


Periquillo bailando
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Lizardi fue un pionero, concluye Spell. "Abrió el camino para que otros le siguieran. Con todos los poderes a su alcance, se dedicó a intentar despertar a sus compatriotas de su letargo; a cambio, sólo se ganó el odio de la clase privilegiada y el desprecio de los ignorantes. Para que sus compatriotas se vieran a sí mismos como los veían los demás, los retrató tal como eran: ignorantes e indiferentes, intolerantes e injustos, ciegos ante su propio interés y el de los demás; en él sólo veían a un mentor pendenciero, insatisfecho con todo lo que le rodeaba".

Hoy necesitamos otro Lizardi, un escritor con el coraje, la inteligencia, la perspicacia y el ingenio necesarios para criticar y burlarse de la escurribilidad rampante de nuestros vergonzosos tiempos.

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Philip Gambone, un profesor de inglés jubilado de secundaria, también enseñó escritura creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Es el autor de seis libros, incluyendo Tan lejos como puedo decir: Encontrando a mi padre en la Segunda Guerra Mundial, que fue nombrado uno de los mejores libros de 2020 por el Boston Globe. Su nueva colección de relatos, Zigzag, acaba de salir de Rattling Good Yarn Press y está disponible en Amazon.

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