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El amante y crítico del melodrama mexicano
Carlos Monsiváis


Carlos Monsiváis
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8 de septiembre de 2024

por Philip Gambone

Carlos Monsiváis (1938 - 2010) fue uno de los escritores y críticos culturales más influyentes de México, a la altura de Octavio Paz y Carlos Fuentes. Aunque fuera de México no es tan conocido, fue un escritor prolífico que, en palabras de su traductor al inglés, John Kraniauskas, «transformó el periodismo, la literatura y la cultura convencionales al abrir estos campos a nuevos -quizás más “ordinarios”- objetos, deseos y preocupaciones». Entre esas «preocupaciones ordinarias» se encontraban las populares estrellas del cine mexicano, la contracultura del pachuco, las páginas de crímenes mexicanos, los «antros funky» de Ciudad de México y las canciones románticas mexicanas. «Imposible comprender a México sin Carlos Monsiváis», tituló su esquela el día de su muerte.

En su empeño por examinar la cultura mexicana en toda su diversidad, Monsiváis -que alguna vez se comparó a sí mismo con un cruce entre Albert Camus y Ringo Starr- demostró «una constante y firme simpatía y solidaridad por los sectores más pobres y marginados de la sociedad mexicana, y un enorme aprecio por sus estrategias de supervivencia», dice Kraniauskas en su erudita y útil introducción a Postales mexicanas, una colección de ensayos de Monsiváis.


Pachucos (trajeados)
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Monsiváis nació en el seno de una familia protestante. «Ya desde la primera infancia», escribe Kraniauskas, “su relación con la sociedad y la cultura mexicanas dominantes fue oblicua... ligeramente descentrada”. Estudió economía, filosofía y literatura en la UNAM. Antes de cumplir los 20 años, Monsiváis ya colaboraba con los editores de algunas de las revistas culturales más importantes del país. Gran aficionado al movimiento contracultural de los años 60, se sentía especialmente atraído por la cultura angloamericana, incluido el nuevo periodismo y la música rock. Según Kraniauskas, «buscaba ser “moderno” según los códigos más recientes, y encontró mucho de lo que buscaba».

Durante los años sesenta, Monsiváis fue becario del Centro Mexicano de Escritores y del Centro de Estudios Internacionales de Harvard. «Su curiosidad universal, su escritura eficaz y su capacidad de síntesis le permitieron desentrañar los aspectos fundamentales de la vida cultural y política mexicana», escribió el redactor de su esquela en Milenio. Desde finales de los años 60 hasta su muerte, Monsiváis - «un simple lector», se llamaba a sí mismo- produjo decenas de crónicas, ensayos, biografías y antologías. Intelectual público omnipresente, también se le considera cofundador del movimiento LGBTQ mexicano.

Las obras reunidas en Postales mexicanas se publicaron originalmente como artículos en revistas mexicanas o como capítulos de alguno de los numerosos libros de Monsiváis. El primer ensayo de la antología data de 1977; el último, de 1995. Estas piezas, amplias, eruditas y modernas, pertenecen a un género «intermedio», a medio camino entre el ensayo y la crónica, y se caracterizan por un sentido de la diversión (relajo), lo que Kraniausas describe como «una distancia irónica llena de humor».

La colección comienza con un largo ensayo, «México 1890-1976: alto contraste, naturaleza muerta», que apareció originalmente en el libro de Monsiváis Amor perdido. El ensayo, un manual para cualquier persona interesada en la vertiginosa historia de México en el siglo XX, comienza con la «rigidez estucada» de la dictadura de Porfirio Díaz y nos lleva hasta los últimos días del liberalismo.

Sobre los muchos disidentes mexicanos que, desde el régimen de Díaz, han luchado por la democracia, el socialismo o estilos de vida alternativos, Monsiváis escribe que los espacios relegados para ellos han sido -¡agárrese el sombrero! - «cárceles, fosas comunes, tolerancia, silencio, negación, clandestinidad, ridiculización por los medios masivos, denuncias de conspiraciones, estafas, elegías fúnebres, difamaciones póstumas, el gueto, la sucesión interminable de guetos, el encierro... Nunca se ha admitido realmente que las reservas en las que se hacina a los disidentes posibilitan y amplían ese mínimo espacio democrático que habitamos los demás».


Rigidez estucada - Porfirio Díaz
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Es un pasaje típico de Monsiváis. En sus mejores momentos, su prosa es afilada, musculosa, contundente y estimulante; pero a algunos les costará mucho trabajo terminar uno de sus párrafos. El ensayo termina con una frase final aleccionadora y, sí, agotadora: «Y cuando se cree haber llegado a un pacto tácito entre la queja y los mínimos espacios de libertad disponibles, cuando la crisis económica que se avecina golpea, y las devaluaciones siguen, y lo que queda del sueño se evapora, la miseria colectiva se ostenta como la extensión del progreso: ¿a quién dirigir la confianza cuando todo está en venta?». Algunos argumentarían que el panorama político y económico mexicano ha cambiado para mejor en los casi cincuenta años transcurridos desde que se escribió ese ensayo. Pero el progreso a cualquier precio -humano y medioambiental- parece seguir siendo la regla en México, como en cualquier otro lugar del planeta.

A lo largo de los ensayos de Postales mexicanas, Monsiváis lanza una mirada mordaz a todas las clases: los ricos que detentan el poder, la clase media («apática en lo que respecta a los derechos políticos») y los marginados. De estos últimos, escribe, «el racismo mexicano desprecia a la mayoría de la población de la nación, echándoles en cara literalmente su falta de atributos valorados, mientras alaba el físico sublime de las minorías, y extirpa brutalmente cualquier sueño que los nacos [las clases bajas] puedan tener frente al espejo».

Otros ensayos abordan la Ciudad de México (una «ciudad postapocalíptica», la llama); el culto a la Virgen de Guadalupe, en la que Monsiváis encuentra «la experiencia de marginalidad y sufrimiento que oculta el orgullo de ser mexicano»; y los locales de baile de la subcultura juvenil («apasionados, auténticos, terrenales, malolientes, con alma»).

El ensayo de Monsiváis sobre Juan Rulfo, autor de dos clásicos de la literatura mexicana, es soberbio. Afirma que la brillantez de la novela Pedro Páramo de Rulfo es su «aguda combinación de poesía y realismo». Sin pretender denunciar, Pedro Páramo revela procesos de injusticia y despojo, las formas en que la posesión de riqueza y dinero se traduce en soberanía sobre la vida y la dignidad».

Su ensayo sobre Dolores del Río, «El rostro como institución», es una lección sobre el fenómeno de la diosa de la pantalla. «Ella es el rostro latino de Hollywood, y esto implica tanto devoción como sacrificio, la interminable autoconciencia de un rostro siempre bajo vigilancia». Aunque Monsiváis no hace la comparación (¿era demasiado obvia?), Dolores del Río fue otra actriz de talento que, como Marilyn Monroe, fue relegada a «papeles decorativos y tramas centradas en su físico». Una «autoparodia», dice. Era «la incomparable criatura del melodrama, un género que no hace concesiones a seres o situaciones reales». También como Monroe, del Río hizo algunas películas maravillosas, entre ellas Doña Perfecta, «lo más cerca que está de trabajar con una falta total de limitaciones convencionales». En otras películas, como la estadounidense El fugitivo, una adaptación de El poder y la gloria, de Graham Greene, se convierte «casi en una imagen devocional», dando testimonio «de los años en que la Estrella era una prolongación de la Madonna».


Dolores Del Río (1932)
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Además del ensayo sobre del Río, Postales mexicanas incluye un ensayo sobre otra legendaria estrella del cine mexicano, Cantinflas. Con su «cuerpo acelerado», Cantinflas era una «feliz combinación de incoherencia verbal y coherencia corporal». Su estilo, escribe Monsiváis, «perfecciona y dota de humor al disparate (el fracaso de la elocuencia). Los pobres aplauden en él lo que les es cercano y familiar y, se den cuenta o no, se entusiasman con un hecho no tan extraño: la representación festiva y reivindicativa de la pobreza». En los años 40, este Hijo del Pueblo se convirtió en «sinónimo del mexicano pobre, representante y defensor de los mansos». Más allá de su histrionismo, fue la rebeldía social de Cantinflas, su pobreza y «la salvaje pasión romántica de los desposeídos» lo que facilitó que los fans del peladito lo vieran como el Charlie Chaplin mexicano.


Cantinflas
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En su ensayo «Bolero: Una historia», Monsiváis analiza el fenómeno de las canciones de amor melodramáticas mexicanas y su “adoración abstracta pero cálidamente sentida de la mujer”, “mitologías del frenesí pasional” y “declamación del arrebato colectivo”. (Aquí también encuentra ocasión para la crítica social: «Las imágenes más populares [en las canciones románticas] enmascaran un sistema duro y voraz que oprime a las mujeres al considerarlas seres puramente etéreos».

La cara alternativa de este sentimentalismo convencional y opresivo, al menos al principio de su carrera, fue Agustín Lara, quien, durante la década de 1930, no tuvo rival como compositor y estrella discográfica de canciones románticas. Sus melodías y poesía, escribe Monsiváis, «expresan un sentimentalismo de transición, entre la mentalidad porfiriana y el “relativismo moral” de la posrevolución». (Echa un vistazo, por ejemplo, a una grabación de Lara cantando su propia «Noche de Ronda» en YouTube). En la que tiene que ser mi frase favorita de Monsiváis (¡quizá porque es corta!), escribe: «El gusto por lo romántico pasa por [Lara], porque define ese universo salvaje que no conoce fronteras verbales, la lógica del delirio».

Monsiváis destaca la «audacia» de las canciones de Lara, que más de una vez celebraron el amor de la prostituta. «El fervor que antes canonizaba a la novia, Lara lo enfoca ahora en esas mujeres que ni siquiera pudieron ser nombradas, y lo deposita a sus pies».


Agustín Lara
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A lo largo de estos doce ensayos, la preocupación de Monsiváis por el melodrama mexicano aflora una y otra vez. «No se puede entender a México si no se sabe por qué la actriz Sara García derrama una lágrima en silencio, si no se acepta que la vida social es el martirio por el que pasa cada familia antes de su final feliz». Para él, el poder del melodrama dependía de «la transferencia parcial a la vida privada del sentimiento religioso».

Unos meses antes de morir, Monsiváis publicó Apocalipstick, en el que escribía sobre Ciudad de México como una asamblea de lugares. Su inteligente conciencia tanto de la diversión desenfrenada como de la abyecta catástrofe de la vida mexicana moderna es lo que hace que merezca tanto la pena leer a Monsiváis. Se opuso frontalmente a la degradación humana, fue un defensor de «la apertura de espacios para el humanismo y la justicia social», lo que en otro ensayo llamó «la distribución equitativa de la esperanza».

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Philip Gambone, un profesor de inglés jubilado de secundaria, también enseñó escritura creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Es el autor de cinco libros, más recientemente Tan lejos como puedo decir: Encontrando a mi padre en la Segunda Guerra Mundial, que fue nombrado uno de los mejores libros de 2020 por el Boston Globe. Está disponible a través de Amazon, en la librería de la Biblioteca, y en Aurora Books en Calzada de la Aurora.

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