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Un Proust que vivió en México
Salvador Novo


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26 de enero 2025

por Philip Gambone

El 20 de noviembre de 1901, en la calle de la Paz de Ciudad de México, la policía irrumpió en una fiesta de baile a la que asistían homosexuales y travestis, algunos de ellos pertenecientes a las principales familias de la ciudad, incluido el yerno del presidente, Porfirio Díaz. Algunos huyeron, otros sobornaron a la policía, pero los cuarenta y uno restantes fueron detenidos y obligados a barrer las calles de camino a la estación de ferrocarril, donde fueron trasladados a Yucatán para una vida de trabajos forzados. El suceso fue caricaturizado por José Guadalupe Posada, el principal grabador político de México, en un panfleto titulado «Los 41 maricones encontrados en un baile».

Como señala Carlos Monsiváis, el escándalo público era la única forma de que existiera la homosexualidad en el México del Porfiriato, y era común la redada y la vergüenza de los homosexuales como una forma de «profilaxis social». No obstante, entre la intelectualidad mexicana surgieron voces que criticaban la estrechez de miras del país hacia las caballeras y abogaban por una mayor tolerancia.

En la década de 1920 había surgido en México una pequeña camarilla de artistas y escritores homosexuales que llevaban una vida semiabierta. Monsiváis, en un brillante ensayo de impecable investigación titulado «El mundo soslayado», atribuye el surgimiento de una subcultura gay visible a varios factores, entre ellos la familiaridad con las ideas de Freud, el fin del aislamiento informativo de México y el anticlericalismo y la creciente secularización del país tras la Revolución Mexicana. Las «realidades corporales», escribe Monsiváis, se volvieron imposibles de ocultar. Oscar Wilde y André Gide, con su credo de «Vivir peligrosamente», fueron los portadores de la antorcha espiritual y artística de este nuevo movimiento literario gay. «Antes de Gide», escribió el poeta gay Xavier Villaurrutia, “parecía absurdo hablar de uno mismo, mostrarse tal como uno es”.

Este nuevo grupo de escritores homosexuales mexicanos no se libró del desprecio y la condena. Diego Rivera, por ejemplo, escribió un ensayo en el que señalaba que existía «ya un grupo incipiente de seudo plásticos y escribidores burguesillos que, diciéndose poetas, no son en realidad sino puros maricones».

Entre los «puros maricones», nadie fue más abierto que Salvador Novo (1904-1974). Poeta, dramaturgo, escritor de memorias y, en sus últimos años, cronista oficial de Ciudad de México, Novo escribió con valentía y descaro sobre su vida sexual en el gueto gay de su época. Le urgía, dice Monsiváis, «estallar en las páginas la audacia que, por así decirlo, arma su existencia, la gana de detallar su apetencia sexual, tan socialmente innombrable».

La poesía de Novo era a menudo, dice un crítico, «jocosa y semipornográfica». He aquí, por ejemplo, los versos finales de uno de sus sonetos:

 
Yo pensaba quererte en exclusiva;
gemir y sollozar bajo tu fuete,
brindarte mis pasiones rediviva.

Y a casa regresé--con tu billete—,
luego que una salubre lavativa
a los hijos ahogó de otro cadete.
 

Gran parte de la producción poética de Novo, como su vida, estaba llena de extravagancia gay. Otro poeta gay mexicano, Elías Nandino, que formaba parte del entorno de Novo, recordaba una ocasión en la que él y varios poetas amigos iban en un autobús rumbo al teatro. «Cuando llegamos a la esquina en que nos teníamos que bajar, Salvador se levantó—echándose una retocada, así muy rara—jaló el timbre y gritó: ‘¡Hasta aquí, jotos!’ Nadie se movió, y entonces volteó y volvió a gritar: ‘¡Hasta aquiiiií!’ y nos señaló con el dedo: ‘Tú, tú, tú...’ Nos bajamos rápido, como manada, y ya abajo no tuvimos más remedio que reírnos».

A finales de los años veinte y treinta, Novo fue uno de los principales colaboradores de Contemporáneos, importante revista de vanguardia de la época. El programa de la revista, escribe Murrieta Flores, iba en contra de las exigencias imperantes de «comprometerse con el programa político nacionalista esbozado por el Estado tras la revolución». Esa estética era demasiado insulsa para Novo y los suyos.

En 1945, Novo terminó de escribir La estatua de sal, una «autobiografía clandestina», en la que describía con candor y gusto su infancia y adolescencia. La picante explicitud de sus relatos sobre la formación de sus predilecciones libidinales adultas le llevó a pensar que no podría publicar el libro, que no vio la luz hasta años después. En 2014, la editorial University of Texas Press sacó a la luz una excelente traducción al inglés realizada por Feitlowitz.

Nacido en Ciudad de México, Novo pasó sus primeros años en Jiménez, Chihuahua, donde el padre y los tíos eran tenderos. La casa de los Novo era una de las más grandes del pueblo, y el pequeño Salvador, «mimado y bonito», disfrutó de una existencia protegida en medio de las convulsiones de la Revolución. «Me ‘lucía’ mi padre, vestido de marinero, orlado por los bucles que mi mamá me aderezaba y que deben haber establecido tanto un anacronismo inminente cuanto un desafío porfiriano de esa familia ‘de México’ a la apariencia bastante más normal de los chicos de un norte a la vez un poco ayancado ya, y revolucionario, por simplificadora añadidura».

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Curiosidad sexual desde antes de la adolescencia, Novo - «aturedido, fascinado, desconcertado»- no tardó en enrollarse con otros hombres, al principio tímidamente y pronto con mayor entusiasmo. Le gustaba salir a hacer recados con las criadas para mezclarse con los tipos desaliñados del mercado. Esta temprana atracción por los hombres de clase trabajadora estableció la preferencia sexual de Novo durante toda su vida por camioneros, chóferes, conductores de autobuses y similares. El cuadro de Manuel Rodríguez Lozano «El taxi», de 1924, es un retrato del joven Novo paseando de noche.


El taxi por Manuel Rodríguez Lozano
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En 1917, cuando Novo tenía 13 años, la familia regresó a la capital. Inmediatamente se sintió atraído por el lujo de la ciudad y se encontró estudiando cómo se comportaban los hombres elegantes de la moda. «Paseaban su distinguida, decadente indolencia, los fifies que multiplicaban como los muñecos de escaparte los atrevidos modelos de Bucher Bros., la sastrería que dictaba la elegancia masculina en Bolívar and Madero».

Le gustaba especialmente el cine. «Yo me hundía en la delicia a la vez excitante y sedativa de aquella oscuridad en que la luminosa pantalla iba presentando, desfilando, detallando, agrandando, a aquellos hermosos personajes de las películas. La nobleza, la fuerza y el denuedo de los héroes obraba en mí … y poco a poco descubrí con asombro que estaba enamorado de uno de aquellos héroes. Cuanto le apartaba de mí era simple y trágicamente el hecho de que yo fuese un hombre como él, y no una muchacha como las que él abrazaba».

La consternación y la humillación de Novo pronto dieron paso a un entusiasmo mucho mayor. Encontró confidentes «tan dispuesto a hacerlo, de ampliar el mundo de mis experiencias». Uno de esos amigos, Ricardo Alessio Robles, que respondía al nombre de «Clarita Vidal», llevó a Novo «a presentar con gente diversa y pintoresca, a conocer sus casas y sus medios bizarros», y a una masculina casa de citas, u hotel por horas, que estaba «animada a ratos por la presencia de un español muy viejo que lucía una larga cabellera, se hacía llamar Carmen y se marchaba por las noches a servir en un burdel de mujeres».

El elenco de personajes de las memorias de Novo es pintoresco, escandaloso y francamente divertido. Está el licenciado Solórzano, al que llaman «Tamales», porque atraía a sus jóvenes conquistas invitándolas a merendar unos tamalitos y cerveza. Y la Madre Meza, que consigue jóvenes para sus clientes tomándoles la medida de ciertas partes de su anatomía. Y el padre Tortolero, «lleno de casullas y ornamentos de igelsia». En uno de los «estudios» a los que llevan a Novo, conoce a «La Pedo Embotellado» y también reconoce a su profesor de inglés de la preparatoria.

Los días de Novo consistían en asistir a las clases del instituto por la mañana, mientras esperaba las tardes y noches entretenidas. Sus aventuras se multiplicaban. «Una insaciable sed de carne y una audacia a la vez segura de mi belleza y mi posibilidad de comprar caricias, me arrojaban a la caza del género de muchachos que me electrizaba descubrir, tentar, exprimir: los choferes, que en el México pequeño de entonces eran la joven generación lanzada a manejar las máquinas, a vivir velozmente». El libro termina en 1921, con Novo, de diecisiete años, montando su propio «estudio» con unos amigos.

La estatua de sal, el relato sin complejos de Novo sobre la demimonde homosexual de la Ciudad de México de principios del siglo XX, es fascinante, informativo y, en ocasiones, desternillante. El libro es una importante contribución a los estudios sobre homosexuales y a un capítulo relativamente desconocido de la historia de México.

Durante su vida adulta, Novo, apodado el «Proust que vive en México», fue capaz de transitar por ambos mundos: la esfera homosexual, que siguió alimentando sus pasiones y su arte, y el mundo más convencional del establishment literario mexicano. En 1975, un año después de su muerte, el gobierno emitió un sello de correos en su honor.

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Philip Gambone, un profesor de inglés jubilado de secundaria, también enseñó escritura creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Es el autor de seis libros, incluyendo Tan lejos como puedo decir: Encontrando a mi padre en la Segunda Guerra Mundial, que fue nombrado uno de los mejores libros de 2020 por el Boston Globe. Su nueva colección de cuentos, Zigzag, acaba de ser publicada por Rattling Good Yarn Press y está disponible en Amazon y en la librería Biblioteca.

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