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La taberna de mi padre, Hartford, Connecticut

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16 de noviembre 2025

por Dr. David Fialkoff, editor / publicador

Al licenciarse del ejército después de la Segunda Guerra Mundial, mi padre compró una taberna. Antes de la guerra había sido panadero. Como sabía hacer masa, servía pizza y cerveza.

Unos años después de que yo naciera (en 1957, cuando él tenía 40 años), un parroquiano entró en la taberna con gesto abatido. Tras un toma y daca, salió a relucir que el hombre llevaba 7000 dólares de atraso en la hipoteca de su casa. Mi padre se ofreció a invertir esa cantidad en la propiedad para ponerlo al corriente. El hombre se animó.

Unos días después, llegaron a la hora y lugar señalados para hacer lo que pensaban que sería solo un pago. Resultó que la casa ya estaba en ejecución hipotecaria. El cheque certificado de 7000 dólares que había llevado mi padre era el anticipo requerido para quienquiera que ganara la subasta que estaba a punto de celebrarse.

Mi padre se disculpó con el dueño de la casa, diciendo que no estaba dispuesto a extenderle más de 7000 dólares, y le preguntó al hombre si le importaba que él, Papá, participara en la subasta. Abatido, el hombre dijo que le daba lo mismo y se fue.

Era una mañana de sábado. Todos los demás presentes llevaban traje y corbata. Papá tenía puestos bermudas, una camiseta sin mangas y mocasines sin calcetines. Las pujas subían en incrementos de 500 dólares hasta llegar a 14,000, con Papá comprando la casa.

Dos días después, a media tarde del lunes, dos de los tipos contra los que Papá había estado pujando el sábado entraron a la taberna: "¿Es usted Isadore Fialkoff?" "Sí." "¿Compró la casa en Plainville Street el sábado por 14,000 dólares?" "Sí." "¿Le gustaría vendérnosla por 20,000 dólares?" "Sí." Papá había encontrado una nueva profesión y a dos nuevos socios en esa profesión, a quienes, cuando fui mayor, llegué a conocer.

Después de vender la taberna, de vez en cuando Papá regresaba a visitar el establecimiento. Cuando lo hacía, los clientes molestaban al nuevo dueño, Ivan, preguntándole a Papá: "¿Cuándo le vas a enseñar a este tipo a hacer una pizza?" Ivan le pidió a Papá que no regresara.

Pero Papá, mi hermano y yo sí volvimos a ese barrio todos los sábados después de la sinagoga, para comer una pizza en otro lugar, una pizzería, no una taberna. Allí, de vez en cuando, alguien reconocía a mi padre y lo saludaba: "¿Cómo te va, Sam?", lo cual era un poco confuso para mí, ya que Papá se llamaba Izzy, no Sam.

También era confuso, de una manera muy similar, el hecho de que Papá llamaba a mi hermano (22 meses mayor que yo) y a mí "Charlie" o "Harry", que tampoco eran nuestros nombres. No recuerdo cuándo fue, pero al juntar estas dos anomalías llegué a una conclusión razonable. Deduje (no estando Papá disponible para ese tipo de preguntas) que, como Papá no podía recordar los nombres de los parroquianos de la taberna, los llamaba a todos "Charlie" o "Harry", y que ellos, en represalia, lo llamaban Sam.

Estoy seguro de que hacía una buena pizza, pero nos decía: "La gente vuelve por tu bullshit", tu palabrería, el cotorreo, la jocosidad, la carrilla, las salidas ingeniosas. Me acuerdo de esto cuando voy a comprar a una tienda, siempre echando un poco de relajo con el dependiente, más la siguiente vez, si se presta.

En ese sentido, me divierto mucho en la frutería local. Es un asunto de familia con tíos, tías, sobrinos, sobrinas, pero, curiosamente, según mi conocimiento actual, sin padres, madres, hijos ni hijas.

Qué aburrido debe de ser atender a un flujo de clientes todo el día que no hacen más que poner sus compras en el mostrador y sacar el dinero cuando anuncias el total. Rentable quizá; aburrido seguro.

Bajo la misma rúbrica, "echar relajo con los tenderos", al día siguiente de regresar de mi reciente visita a Nueva Orleans me fui en bicicleta al Oxxo en la Calzada de la Aurora para ponerle saldo a mi teléfono. Las dos jóvenes detrás del mostrador tenían un intercambio muy cordial con otras dos jóvenes delante del mostrador. Esto terminó pronto, con las cajeras diciendo cada una "Bye". Siendo el siguiente y único en la fila, pensé: "Ahora me toca a mí".

"¿Qué es ese 'Bye'?", exigí en español, con falsa indignación. "Bye es una palabra gringa. Estamos en México. Deben hablar español: nos vemos, adiós, hasta la vista… ¿no?", dando un golpe en el mostrador para enfatizar. Se rieron, apreciando la ironía de que un gringo les dijera que fueran más mexicanos. Lo interesante fue el gesto, la actitud de la mujer de mediana edad que se acercó, habiendo escuchado mientras llevaba sus pocas cosas a la caja. Sonrió, apreciando el tono evidentemente cómico y exagerado de mi admonición, pero asintió en acuerdo con el sentimiento detrás del chiste.

Mientras escribo esto es domingo. Acabo de recibir un correo de una lectora que acaba de leer el artículo, mi artículo (hubo otros), que publiqué hoy. La lectora comentó un episodio sobre el que escribí en el artículo. uedes leerlo allí. Aquí daré otro ejemplo del mismo fenómeno de hace algunos años:

Mientras yo estaba cerca, una mujer se bajó del lado del conductor de un taxi, avanzó hasta la ventanilla del chofer, le dio dinero y, en inglés, prácticamente se deshizo en "Thank you", como si el hombre acabara de salvarle la vida, si no a su hijo, entonces a su gato. Y pensé: si de verdad está tan agradecida, podría intentar hablar español y decir: "Gracias".

La lectora señaló muy acertadamente: "¡Un 'thank you' debería aceptarse con gracia sin importar en qué idioma se diga!" Y estoy seguro de que en ambos casos los "thank you" en inglés fueron recibidos así. Habiéndome criado con que me llamaran Charlie o Harry, estoy acostumbrado a cierta flexibilidad en lo que respecta a las palabras. A mí, en realidad, no me importa qué idioma uses para decir hola, adiós o lo que sea que estés tratando de comunicar, pero a los mexicanos sí.

El 17 de noviembre, el día después de que se publique este artículo, marca mi 15.º aniversario de mudarme a San Miguel. Tengo conocidos cuyas familias han estado aquí por dos o tres siglos. Pero en 15 años he empezado a conocerme el terreno y me siento calificado para comentar sobre las costumbres locales.

Y a la querida lectora que escribió con una nota sobre modales, thank you, gracias, merci, arigato, धन्यवाद… Tu comentario es recibido con gratitud, y es muy cierto. Es bueno saber de ti, especialmente porque se pone un poco solitario por acá en la periferia. Lamento no responderte personalmente, y esta respuesta tan prolija, pero tenemos que hablar de algo mientras se hornea tu pizza.

Sigan enviando esas postales y cartas.

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