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Tiempo al tiempo

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26 de octubre 2025

por Dr. David Fialkoff, editor / publicador

Mi departamento está como lo dejé cuando me fui a Nueva Orleans hace cuatro semanas. Con la lluvia (oí que ha habido mucha) y las ventanas cerradas no hay polvo notable, pero la señora de la limpieza viene en un par de días.

Las plantas están todas en el descansillo de la escalera, donde las dejé para que las regara mi vecina que vive enfrente (aún no estoy listo para darle una llave del departamento). Las dejaré allí hasta que llegue la señora de la limpieza, dándole la oportunidad de limpiar a fondo en las esquinas, sin obstrucciones.

Sin las plantas, este lugar, incluso con todo el arte en las paredes, es algo estéril. El interior: techo, paredes y piso son completamente blancos. Se siente como una galería con yo en exhibición... y supongo que en cierto modo lo es.

Mi viaje a Nueva Orleans evocó un tema favorito mío, prestado de Sócrates, a saber, cuán poco sabemos con certeza. Me pregunté: ¿qué tan seguros podemos estar de algo cuando el tiempo mismo es un misterio?

Al fin y al cabo, en circunstancias normales, subjetivamente el tiempo es tremendamente inconsistente; a veces pasa rápido, a veces se arrastra. Luego, científicamente, creando más incertidumbre, los físicos insisten en que todos los momentos: pasado, presente y futuro existen a la vez juntos, perpetuamente, en una inmortalidad muy impersonal.

Nueva Orleans y San Miguel comparten zona horaria, pero aún así están a una hora de diferencia. Allá mis mensajes en WhatsApp tenían sello de tiempo una hora antes de la hora local. Cada vez que llegaba un mensaje era como si hubiera un retraso de una hora en las comunicaciones. La hora en mi teléfono, sin embargo, era correcta... para Nueva Orleans. Pero la hora en mi laptop y en mi teléfono no coincidían. Nunca he sido muy afecto a los relojes, así que la ambigüedad no me molestó demasiado.

Pero esa desorientación se vio agravada cuando mi vuelo de regreso de Houston a León se retrasó una hora. Con todo eso, incluso ahora, yo, que en la preparatoria sacaba dieces en cálculo tras saltarme un año de matemáticas, tengo problemas para calcular cuánto duró mi viaje ayer. Para ser sincero, no lo he intentado muy en serio, en gran medida porque el tiempo me ha enseñado que hay distintas formas de contar.

Fuera lo que fuera, después de un viaje en camioneta desde el aeropuerto llegué a casa ayer a las 11:00pm hora local. Inseguro de todo cronómetro, busqué en Google "Hora en San Miguel de Allende". Luego revisé mis mensajes y descubrí que había uno de mi hija enviado a las 10:00pm (¿mi hora?). Escribió: "Pensé que ya estarías en casa. Espero que todo esté bien". En retrospectiva, debería haberle escrito usando el Wi-Fi del aeropuerto — no tengo minutos en el teléfono – pero todo fue un torbellino, y nuestro plan era que yo le escribiera al llegar a casa.

Hecho eso – ella ya dormía a medianoche(?) su hora – me puse a publicar mi boletín y revista del domingo. El espectáculo debe continuar, haya o no pasado diez horas (¿podrían haber sido tantas?) viajando la tarde y noche del sábado.

Por suerte, ya había pre-ensamblado (en Nueva Orleans y en el trayecto) las piezas grandes de mi proyecto dominical de publicación, cada una conteniendo una pequeña miríada de piezas más pequeñas, incluyendo fotos, enlaces, artículos, etc. Sin embargo, siempre hay ajustes de último minuto, detalles grandes y pequeños que no están bien o, al menos, se pueden mejorar. Estoy mejorando. Después de siete décadas, estoy aprendiendo a vivir con mis imperfecciones. Pero (y esto es una nota para los entendidos; ya saben quiénes son) si estás en el negocio de publicar y no estás obsesionado con hacerlo bien, entonces deberías buscar otro negocio.

Esas revisiones de último minuto no me molestaron, incluso cuando se acercaba la medianoche. Estaba agradecido, feliz, extático incluso, por el simple hecho de poder trabajar desde la cómoda eficiencia de mi hogar (que me parecía un poco pequeño después de un mes en casa de mi hija). Es decir, que la electricidad estuviera encendida y que el internet funcionara. Verán, no pocas veces, aquí en la periferia de la ciudad tenemos apagones. Lo último que quería hacer al llegar a casa después de viajar (¿¡por diez horas?) era salir de noche a buscar conexión a internet, y menos tan tarde.

Como fue, todo salió sin tropiezos; después de 14 años de publicación en línea, ya me estoy volviendo bueno en esto. En menos de una hora se actualizaron la tabla de contenidos de la revista y el slideshow, y el boletín quedó listo y programado para enviarse. Luego cené uno de los dos deliciosos burritos que mi hija me había empacado (una generosa porción de su divina curry de tempeh tailandésa me había mantenido en pie durante los vuelos) y, a la hora que fuera, me fui a dormir.

Aún admitiendo que la casa de mi hija es un hogar fuera de casa, debo admitir que fue agradable dormir en mi propia cama. Incluso los cuetes (bombas aéreas) que estallaban para marcar el fin de las festividades de San Miguel fueron una señal bienvenida de hogar, que apenas me despertaron.

Las cosas están bastante tranquilas por aquí en el extremo norte de la ciudad, más aún en las mañanas de domingo, más aún cuando tenemos un corte de energía, como este domingo por la mañana. A mí me viene bien. Es bueno estar en silencio, reunir los pensamientos antes de que se impongan las urgencias grandes y pequeñas del día; esas demandas cotidianas que eclipsan la verdadera necesidad de saber (recordando a Sócrates) lo que sea que podamos saber de nosotros mismos.

Einstein aconsejó: "El pasado, el presente y el futuro son solo ilusiones, aunque tercas". Pero incluso si los físicos tienen razón, que todo el tiempo existe para siempre, es de poco consuelo para quienes medimos el presente minuto a minuto. El tiempo es curioso. Incluso antes de emprender este viaje para visitar a mi hija, imaginé estar de vuelta, en este momento posterior. Y ahora estoy en él. Ya la extraño.

Estos días puedo llorar con cualquier pretexto. Estoy con los ojos húmedos en este momento (sea eterno o no este momento). Pero justo ahora, el universo conspira para salvarme (al menos por un rato) de tal sentimentalismo, pues en ese mismo instante (sea inmortal o no) regresó la luz, y alguien a media cuadra grita "Regresó la luz".

En otro instante mi módem completará su danza, y mi internet cobrará vida. Luego haré copia de seguridad de este artículo, veré mis mensajes y comprobaré que el boletín de hoy haya salido como estaba programado a las 3:30am. Después, me iré en bici al mercado local a comprar fruta y verduras, porque, salvo el segundo burrito de mi hija (y algunos condimentos), el refrigerador está vacío.

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