Arrojando los pecados

por Dr. David Fialkoff, Editor / Publicador

Estoy en Nueva Orleans. Llegué justo a tiempo para la cena que inicia la celebración del Año Nuevo judío, un festín delicioso preparado por y compartido con mi hija, S, y su madre, N, quienes viven aquí.

Al día siguiente las tres fuimos a la sinagoga a escuchar el sonido del cuerno de carnero, y, festejando de nuevo, almorzamos allí. Luego, de vuelta en casa de S, tomé una siesta, que no fue lo suficientemente larga porque antes del atardecer necesitábamos ir a la casa de N para realizar el ritual de "arrojar los pecados," simbolizado por trozos de pan, en un cuerpo de agua, el bayou, que corre a poca distancia a pie. Los patos se comieron nuestros pecados. Luego caminamos de regreso a lo de N, jugamos a las cartas (S es muy suertuda) y, porque la festividad dura dos días completos, volvimos a festejar.

Con todo eso S y yo estuvimos conversando, a veces en profundidad, sobre la vida, la de ella, la mía y en general, y otras veces con ligereza y humor. Luego, la perra de Verónica (y de Yasna y de Lore) está llegando a su fin y, tras haber estado muy presente en el proceso durante meses, tuve que brindar apoyo a través de nuestro grupo de WhatsApp. Y, además, en medio de todo, tuve que mantener mi atareada rutina de publicaciones.

De alguna manera, durante este comienzo tan ocupado de mi visita, sí logré responder de manera significativa un mensaje de una nueva amiga allá en San Miguel, una mexicana, que muy amablemente preguntó si ya había llegado a Nueva Orleans; esa respuesta fue básicamente los tres párrafos de arriba. Ella respondió a mi réplica escribiendo, "me puse a investigar un poco del Año Nuevo judíopara saber un poco más de ti y de lo que estás haciendo".

Lo siguiente es mi intento de ayudar con su investigación:

Macondo de Cien años de soledad
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Para mí el judaísmo es como el "realismo mágico" de Gabriel García Márquez. Es decir, la realidad física no existe de una manera científicamente prístina. Lo material no es solo material. Tejidos en el mundo están los recuerdos, los sueños, los mitos, los cantos, las oraciones...

Pero mientras que la ciudad portuaria de Macondo en Cien años de soledad de García Márquez es salvaje y está invadida por fantasmas de personas y sucesos del pasado, el mundo sobrenatural del judaísmo es el orden mismo, una distinción que refleja la diferencia entre la "magia popular" y la "alta magia" que es la Cábala.

La Cábala presenta un mapa, un glifo compuesto, el "Árbol de la Vida," compuesto por diez cualidades que en sus diversas combinaciones y mezclas componen todo lo demás. Estas diez estaciones espirituales están dispuestas sobre tres pilares que, en conjunto, constituyen un "mundo," de los cuales hay cuatro. La parte más baja del más bajo de estos cuatro mundos es el hogar de esta existencia física. Dije que estaba "ordenado", no "simple".

El Árbol de la Vida cabalístico
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Los ritos y rituales del judaísmo tienen como objetivo alinear estas fuerzas místicas, y alinear al participante, al fiel, con este orden cósmico. El otro día en mi casa me preguntaste el mensaje de las palabras hebreas que están pintadas sobre la jofaina. Te dije: "Reconozco ante Ti..." Es decir, me alineo con la realidad superior que está más allá de este mundo de formas.

Y, por supuesto, el judaísmo también trata de la relación, de pertenecer a un colectivo, la tribu. Hay algo muy especial en participar en una costumbre con otros hoy y con los abuelos de milenios pasados. La vida es notablemente difícil de definir. Pero la capacidad de reproducirse, de continuar, es sin duda uno de sus principales rasgos distintivos. El Antiguo Egipto y Grecia han perecido, pero el judaísmo, no muy distinto de como era en los tiempos del Templo, está vibrante y vivo.

Se hace la pregunta: si "Dios" existía en un estado perfecto, ¿qué necesidad tenía de crear este mundo? La respuesta es la relación. A solas, sin reflejo, Dios quiso experimentar la relación. El libre albedrío que Dios inyectó en la creación hace posible la relación genuina. Hace necesario que elijamos actuar de acuerdo con (o en oposición a) los recuerdos, sueños, mitos, cantos y oraciones que están tejidos en la trama del mundo. Y esto es "bueno" o "malo."

Dos abuelos con sus nietos
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Los temas de este periodo festivo de diez días, que comienza con el Año Nuevo, son la justicia y el perdón, o mejor, el arrepentimiento, o mejor aún, el retorno. Afirmamos que hay un código, una forma correcta de comportarse, y que podemos dejar de lado y ser perdonados por nuestros "pecados", aquello que nos separa de la relación con lo divino, la base divina de la existencia, y "volver" a una alineación más perfecta con lo sagrado de lo cotidiano.

El sonido del cuerno de carnero, el componente principal de los servicios del Año Nuevo judío, es la influencia divina extraordinaria que irrumpe en nosotros. Sus estallidos y crescendos reverberantes descienden desde la montaña., llamando nuestra atención a las alturas y profundidades que con demasiada facilidad quedan oscurecidas por nuestras exigencias del día a día; despertándonos a nuestra herencia y a nuestra responsabilidad como seres divinos.

Un cuerno de carnero
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Para mí, la línea más hermosa del servicio de oración de Año Nuevo, cantada dos veces tal como aparece en el Salmo 24, es: "Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos, puertas eternas, para que entre el Rey de gloria." Habla de estar abiertos a una influencia nueva y superior. Lo divino requiere de nosotros una elección deliberada, un entrar en relación, una elevación voluntaria.

Feliz Año Nuevo.

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